La periodista Martha Soto acaba de publicar el libro 'Los goles de la
cocaína', una investigación sobre la relación entre la crimen organizado
y el fútbol colombiano. Compartimos un capítulo sobre el dinero de la
transferencia del '10' de la selección al Real Madrid, utilizado para la
defensa legal de la ‘oficina de Envigado’.
Por: Martha Soto.
Gambetas con la venta de James
El
jugador Felipe «Pipe» Pérez Urrea aún estaba vivo cuando un taxista lo
recogió del piso en la Carrera Treinta con Calle 65, al suroccidente de
Medellín. Un par de minutos antes, dos sujetos lo interceptaron,
balearon y dejaron tirado, agonizando en plena calle. A pesar de su
contextura atlética y de sus veintinueve años, los ocho impactos de bala
lo desangraron en segundos y le impidieron llegar con vida a la sede de
la Cruz Roja de Antioquia hasta donde lo trasladó el conductor. Junto a
René Higuita, Andrés Escobar y Alexis García, Pipe Pérez fue titular
del equipo que le permitió ganar la Copa Libertadores de América al
Atlético Nacional en 1989. Y sus dotes de mediocampista de contención
fueron claves para consolidar la llegada del Envigado Fútbol Club a la
primera división del fútbol colombiano, en 1992. Pero ese sábado 19 de
octubre de 1996, nadie reconoció al jugador, aunque su rostro había
quedado grabado en toda la hinchada cuando falló en la tanda de penaltis
ante el Olimpia, en el agónico triunfo de la Libertadores. Por eso su
cuerpo fue etiquetado como NN por los funcionarios de la Fiscalía que lo
enviaron a la morgue municipal.
El
crimen se registró a la 1:30 de la tarde y solo veintiséis horas
después fue reclamado por sus allegados, que lo sepultaron en una
discreta ceremonia. Casi nadie asistió porque muy pocos sabían que el
futbolista del Envigado había recobrado su libertad en junio de ese año,
tras pagar tres años de cárcel por apoyar al ala militar del Cartel de
Medellín. Miembros del Bloque de Búsqueda del Ejército tenían
información de que el jugador ocultaba a sicarios de Pablo Escobar,
entre ellos a John Jairo Arias Tascón, alias «Pinina» y a Geovanni
Lopera, alias «Pasarela». Por eso, allanaron su lujoso apartamento,
ubicado en el edificio Arco Iris del sector de El Poblado. Pero ese día,
en una caleta empotrada en el espejo del baño principal, tan solo
hallaron veinte uniformes camuflados, 158 cartuchos para fusil R-15 y MK
2,86 estopines eléctricos, un revólver, 43 proveedores para fusil AUG y
a un asustadizo deportista que en la misma diligencia, realizada el 23
de julio de 1993, dio la ubicación exacta de otras caletas de la mafia.
Además, confesó que acababa de entregar veinte fusiles AUG, de
fabricación austriaca, que le pertenecían al narcotraficante Pablo
Escobar Gaviria con quien había tenido cuatro encuentros recientes.
La
captura de Pipe Pérez, que pasó de los camerinos del Envigado Fútbol
Club al pabellón de máxima seguridad de la cárcel La Modelo de Bogotá,
se presentó como un hecho aislado, ajeno al fútbol y en especial a su
nuevo equipo, el naranja. Nadie recordaba que, nueve meses atrás, su
esposa, Clara Hernández Arroyave, la «Mona», había sido detenida cuando
transportaba en un taxi proveedores, estopines eléctricos y uniformes
del Ejército. Pero la evidencia contra Pipe fue tan contundente que le
permitió confirmar a los investigadores lo que medio Antioquia ya sabía:
el Envigado, la modesta escuadra de segunda división que en menos de un
año saltó a la primera, estaba en manos de la mafia, encarnada en
Gustavo Adolfo Upegui López, amigo y socio de Pablo Escobar, que a la
vez era un respetable empresario del fútbol.
Solo
hasta 1996, informes de inteligencia del CTI y del DAS empezaron a
calificar a Upegui como el heredero de Pablo Escobar y cabeza de la
organización criminal conocida como la Oficina de Envigado. Sin embargo,
Upegui se mantuvo invicto ante las autoridades colombianas durante casi
dos décadas. Sus excelentes relaciones con la dirigencia política de
Envigado y con miembros de la Unidad Antisecuestro y Extorsión (Unase) y
de la Fiscalía lo blindaron por años de cualquier investigación.
Incluso mandó a amenazar con demandas a periodistas de El Tiempo y El Colombiano que hurgaban en su prontuario.
Los investigadores del CTI Jaime Augusto Piedrahita Morales y Manuel Guillermo López Umaña fueron los primeros en descubrir
que el principal accionista del Envigado tenía una doble vida. Mientras
fichaba y formaba a jóvenes figuras -como James Rodríguez, Fredy
Guarín, Dorlan Pabón, Giovanni Moreno y Juan Fernando Quintero-,
manejaba una banda de gatilleros en la que figuraban Maximiliano
Bonilla, alias «Max» o «Valenciano», Daniel Mejía Ángel, alias
«Danielito» y Mauricio López, alias «Yiyo». El empresario del fútbol al
que sicarios y jugadores le decían «patrón», terminó siendo salpicado
por su relación con torturas, muertes y desapariciones ejecutadas por la
Oficina de Envigado.
Su
máximo poderío se desplegó entre octubre de 1995 y enero de 1996,
cuando sus hijos Andrés Felipe y Juan Pablo Upegui Gallego, ambos
accionistas del Envigado, fueron secuestrados por escuadrones armados.
Investigaciones de la Fiscalía señalan que Upegui armó un escuadrón
combinado de policías y paramilitares que torturaron y luego asesinaron a
varias personas señaladas de participar en el plagio o de tener pistas
sobre el paradero de los dos muchachos. Según confesó el paramilitar
Ramiro «Cuco» Vanoy Ramírez, «para ubicar a Juan Pablo Upegui, se
degollaron previamente a Elkin Darío Madrigal y a Hipólito González,
miembros del Partido Comunista (...) A. Madrigal se le extrajeron la
tráquea y la laringe»2.
La
presencia en el equipo naranja de empresarios del fútbol, de grandes
jugadores y de influyentes patrocinadores, borró durante décadas el
rastro que el narcotráfico había dejado en su historial. Pero en una
violenta masacre mafiosa, ocurrida en el Año Nuevo de 2013, volvió a
aparecer esa sombra y selló la suerte judicial del Envigado Fútbol Club.
El
primero de enero de ese año, al lado del cadáver de la escultural
modelo barranquillera Carolina Arango Geraldino y del capo de la Oficina
de Envigado,Jorge Mario Pérez Marín, alias «Morro», las autoridades
hallaron varias planillas oficiales de equipos de
fútbol inscritos en los torneos de la Liga Antioqueña. Tres escuadras
aparecían resaltadas: Envigado F.C., Arco Zaragoza y Tiendas Margos,
esta última vinculada a Margarita Zulay Gallego Orrego, la viuda de
Gustavo Upegui. En el informe que se llevó un agente de la DEA sobre la
masacre, además del hallazgo de las planillas, anotó que Arango, la
modelo de veintitrés años, era la exesposa de uno de los hijos de
Argemiro Salazar, zar del chance en Antioquia asesinado por sicarios en
2009. El siguiente paso fue el de encajar los hallazgos con las
declaraciones de sicarios y narcos presos en Estados Unidos.
Solo
bastó un año para que el club fuera catalogado por el gobierno de
Estados Unidos como una compañía controlada por facilitadores de
corrupción política, el testaferrato y el blanqueo de capitales de la
Oficina de Envigado, la más antigua máquina criminal del narcotráfico
colombiano3.
*
Por
esa época el Envigado iba ascendiendo en la tabla del rentado local y
cobrando renombre internacional con su cantera de futbolistas-bautizada
como «los héroes»—, ajenos a las actividades del «patrón». Además, un
grupo de poderosos e influyentes políticos de la región estaba detrás
del proyecto deportivo, imprimiéndole un cierto halo de prestigio y de
inmunidad. Esa alineación la encabezaba Jorge Mesa Ramírez, alcalde de
Envigado, célebre por crear una casta política que lleva más de 45 años
manejando los hilos del poder de ese municipio y por haber admitido
públicamente que fue amigo del sanguinario narcotraficante Pablo
Escobar. A ese comentario le atribuyen que, el 23 de febrero de 1993, un
hombre ingresara a la oficina de Mesa, un búnker con ventanas y puertas
blindadas, para intentar asesinarlo. El sujeto, identificado como Óscar
Iván Rave Corrales, llevaba un fusil KMI alemán, un brazalete del
Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y un cartel que decía:
«Atención, políticos serviles de Pablo Escobar».
Pero
Mesa nunca tuvo una investigación formal a pesar de que, en 1997, el
CTI de la Fiscalía lo incluyó en un informe de inteligencia sobre las
estructuras sicariales que operaban en Envigado. Tras describir el
poderío de Gustavo Upegui, en el documento se lee: «Posee al parecer un
dominio total en las administraciones de Envigado y Sabaneta; sus brazos
políticos se encuentran en Jorge Mesa Ramírez, Ignacio Mesa Betancur y
Jairo Santamaría»4. En 1998, cuando cumplió sesenta años,
Jorge Mesa murió de un paro cardiaco con el récord de haber sido seis
veces alcalde de Envigado y de dejar a su equipo en la primera división.
Otro
de los promotores de ese proyecto futbolístico fue José Mario Rodríguez
Restrepo, también alcalde de Envigado y quien ofreció, en 1990,
levantar en ese municipio una cárcel para albergar a los
narcotraficantes que estaban siendo requeridos en extradición por el
gobierno de Estados Unidos. Fue durante su administración que se le
arrendó al Ministerio de Justicia el terreno en el que se construyó La
Catedral, la cárcel que el capo y sus sicarios convirtieron en centro de
operaciones criminales y de orgías. En el contrato, además de fijar el
canon de arrendamiento, se restringía el ingreso del Ejército y la
Policía a la lujosa prisión, y el municipio se reservaba el derecho de
seleccionar a los guardianes de Escobar, algunos de los cuales
terminaron al servicio del capo.
El
grupo de promotores del Envigado lo completaban el político liberal
Jairo Santamaría Giraldo, el dirigente deportivo Diego León Osorio
Céspedes y Luis Fernando Avendaño Arango. Este último, destacado
exjugador del Deportivo Independiente Medellín, tan solo duró tres años
en el equipo en calidad de accionista y tesorero. El jueves 21 de marzo
de 2002, fue secuestrado en un parqueadero de Envigado por cuatro
hombres que llevaban brazaletes de la Fiscalía. Luego de asfixiarlo,
dejaron tirado su cuerpo en la carretera que conduce al municipio El
Retiro, noroeste de Antioquia.
A
pesar de la estela de sangre que rodeaba al onceno naranja y de que
Upegui alcanzó a pasar 48 días preso por sus presuntos vínculos con
organizaciones criminales armadas, la nómina de políticos y empresarios
que figuraban como asociados o directivos del onceno seguía siendo de
lujo. Según resolución de Coldeportes, el empresario paisa Guillermo
León López Valencia entró a presidir su órgano de administración en
2000, luego de que Bavaria lo demandó por el presunto manejo irregular
de 9300 millones de pesos de patrocinios deportivos, un proceso en el
que resultó absuelto por falta de evidencia en su contra5. En
ese lapso, en el listado de asociados del club figuraba Marta López
Valencia, madre de Gustavo Upegui y hermana del exejecutivo de Bavaria y
del entonces cacao de esa organización, Augusto López Valencia.
Documentos
del Envigado de esa época, que reposan en oficinas públicas, le
adjudican a Marta López Valencia un 52 por ciento de los derechos del
equipo; casi la mitad de lo que tenían, individualmente, Juan Pablo y
Andrés Felipe Upegui Gallego, sus nietos. También aparece Margarita
Zulay Gallego Orrego, esposa de Upegui, con una participación similar a
la de sus hijos, con lo que acumulaban el mayor paquete de derechos
sobre el club y el poder absoluto.
Los
otros asociados eran Jairo Santamaría Giraldo, Javier Velásquez
González, Juan Gabriel Rivera Restrepo, Ramiro Jaramillo Giraldo, Roviro
Gómez Ochoa, Horacio Bermúdez Muriel, Gonzalo Evelio Zapata Luján,
Carlos Emilio Santamaría y Gustavo Alfonso García Quiroz. Además, Martín
Libardo Gutiérrez Arango, Rodrigo Mesa Cadavid, Daniel Otero Patiño,
Carlos Mario Montoya Arenas, Carlos Alberto González Atehortúa, Jorge
Eliecer Montoya y un puñado de asociados menores.
Para ese momento y debido a sus líos judiciales, Gustavo Upegui les
había solicitado a las autoridades deportivas que permitieran que su
esposa Margarita lo relevara en sus roles dentro del Envigado y que se
congelara la deuda que el onceno tenía con él:
27.887.500 pesos.
Aunque
su hinchada era poca y los líos de Upegui lo golpearon, el Envigado
registraba un boyante patrimonio de más de 2000 millones de pesos de la
época e ingresos por 3298 millones. De este último monto, la taquilla
apenas representaba 236 millones al año y la venta de publicidad, 2155
millones. El resto del flujo de capital del pequeño equipo se registraba
bajo el rubro de «operacionales», lo que terminó poniéndolo bajo la lupa de la DEA por un posible lavado de activos de la mafia.
*
Agentes
federales empezaron a rastrear las transacciones del equipo desde 2006.
Aunque el rendimiento deportivo del Envigado en el rentado nacional no
era el mejor, en ese momento aparece facturando más de mil millones de
pesos por la venta o préstamo de jugadores de lujo ajenos a las
actividades alternas y delictivas de su dueño, Entre ellos estaban Fredy
Guarín, que viajó a Francia; Néstor Álvarez, a Portugal; Felipe Baloy, a
México; Mauricio Molina, a Argentina; Gustavo Ballesteros, al Club Los
Millonarios; Gustavo Bolívar, al Tolima y Andrés Felipe Casañas, al Once
Caldas. La nómina de técnicos también pesaba dentro de su balance y
prestigio. En ese violento lapso pasaron Hugo Castro, Luis Augusto, el
«Chiqui» García, Fernando Castro, Gabriel Jaime Gómez, Norberto Peluffo y
Carlos Navarrete, que venía del Atlético Nacional. Jugaban con la
camiseta naranja bien puesta y sin saber nada sobre las actividades
alternas de Upegui.
El
crack James David Rodríguez Rubio empezó a aparecer en la plantilla de
jugadores desde enero de 2004. Gustavo Upegui en persona, obsesionado
por impulsar una cantera de jóvenes y prometedoras estrellas, negoció el
cincuenta por ciento de los derechos del jugador y su manejo. El otro
cincuenta por ciento quedó en manos del Independiente Medellín, según se
acordó con el gerente de la época, Fernando Jiménez. El acuerdo incluía
el traslado de toda la familia de James de Ibagué a Medellín y el
compromiso de ubicarlos laboralmente. Los detalles del trato se afinaron
en una reunión en la que estuvieron presentes Upegui, Su hijo Juan
Pablo, su esposa Margarita y Juan Carlos Restrepo, el padrastro de
James.
«Nosotros
no habíamos hecho algo parecido. ¿Fichar a una familia de otro lado?
Era extraño, pero mi papá aceptó. Es que él se enamoró de James desde
que le vio patear el primer balón. Durante el Pony (torneo juvenil de
fútbol), nos levantaba temprano y nos decía: “Hay que llegar temprano
para ver a ese niño"», narró Juan Pablo Upegui en una entrevista a la
revista española Marca,
en julio de 2014, cuatro meses antes de que él, su mamá y el equipo
ingresaran a la llamada Lista Clinton como parte de un entramado de
blanqueo de capitales de la mafia."6
La
sociedad entre el Medellín y el Envigado en torno a los derechos de
James se disolvió en 2005. Pero un año después, cuando el volante tenía
catorce años de edad, ya estaba en la liga profesional. James deslumbró a
la afición desde los primeros minutos de juego. Desde ese momento todos
los que lo vieron le auguraron un brillante futuro en las grandes ligas
del fútbol mundial. Pero a pesar que el Envigado tenía ese as bajo la
manga, el año 2006 está marcado en la historia de ese equipo como el de
peor desempeño deportivo, lo que le costó incluso su regreso a las
divisiones inferiores.
*
El
equipo saltó a la cancha de luto, el sábado 15 de julio de 2006, para
jugar uno de los partidos del torneo finalización. Doce días antes,
Gustavo Upegui, entonces mánager y accionista mayoritario de la escuadra
naranja, había sido asesinado. El dirigente deportivo decidió irse a
descansar a su finca en San Jerónimo, Antioquia, localizada en un lujoso
condominio con vigilancia privada. Hacia las cuatro de la mañana, ocho
hombres armados, con distintivos de la Sijín, ingresaron al lugar a
través de un lote contiguo y levantaron violentamente a la familia
Upegui y a sus acompañantes,
incluidos sus seis guardaespaldas. El mánager del equipo fue llevado a
una habitación en donde lo amarraron y torturaron. Luego, uno de los
pistoleros le puso una almohada en la cabeza y le dio un tiro de gracia
usando silenciador. Su cuerpo, con las dos gruesas cadenas de oro que lo
caracterizaban y con su bigote bien cuidado, permaneció veinticuatro
horas en cámara ardiente en la sede de la Alcaldía de Envigado, en donde
funcionarios, jugadores, allegados y familiares le rindieron honores.
Ese sector de antioqueños solo conocía al Upegui emprendedor, bonachón,
generoso y apasionado por el fútbol.
Luis
Eduardo Martínez, un tropero puro que ascendió a general de la
República tras librar varias batallas en la Policía contra las Farc y la
mafia, era el entonces comandante de la Policía de Antioquia y fue el
primero en llegar a la escena del crimen de Upegui. Martínez recuerda
con detalle lo ocurrido:
Ese
crimen ocurrió en uno de los puentes largos de julio de 2006. Yo estaba
por el occidente del departamento como comandante de la Policía de
Antioquia porque había un bandido del Frente 34 de las Farc, alias «Tío
Pacho», que acostumbraba hacernos secuestros para esas fechas. Yo me
había quedado en el municipio de San Jerónimo cuando los policías me
llamaron a avisarme que había una novedad: que habían matado a una
persona en una finca cerca de Sopetrán. Yo estaba cerca y fui el primero
en llegar. Era una unidad residencial y el homicidio ocurrió en una
casa de dos pisos en donde había una especie de reunión familiar. Había
muchos niños, mujeres y hombres. Varios de los presentes nos dijeron que
un grupo de cerca de ocho hombres encapuchados, vestidos de negro y con
armas largas había entrado a la parcelación por el lado del barranco y
habían neutralizado a los escoltas. Luego, los amordazaron y encerraron
en un baño y tras advertirles que no les iban a hacer daño, Subieron a
Gustavo Upegui al segundo piso y le dijeron que le tenían que hacer
varias preguntas (...). Cuando llegamos a la escena del crimen, Upegui
estaba atado de pies y manos, y registraba varios golpes y moretones en
la cara. Pero murió por un tiro de gracia que le dieron en todo el
centro de la frente con una pistola. Upegui estaba en pantaloneta y
recuerdo que sus tobillos estaban heridos, raspados, como si le hubieran hecho un segundo disparo muy cerca-recordó el alto oficial-.
Y agregó:
En
una investigación posterior se supo que el crimen tenía como móvillas
peleas intestinas entre jefes de la Oficina de Envigado. Algunos habían
sido capturados y otros preparaban su sometimiento a la justicia de
Estados Unidos. En el bajo mundo un narcotraficante llamado Daniel
Mejía, alias «Danielito», se cobraba el crimen de Upegui-recuerda
Martínez-.7
El
año en que mataron al máximo accionista del Envigado, el equipo tan
solo ganó tres de los dieciocho partidos que jugó, a pesar de tener en
su nómina a 31 futbolistas por los que decía pagar sesenta millones de
pesos anuales y entre quienes estaban Frank Pacheco, Joel Solanilla,
Wilmer Saldaña y Yuber Mosquera.
Inteligente
y temperamental, Gustavo Upegui había logrado ocultar durante
veinticinco años que era la cabeza de la Oficina de Envigado, la más
tenebrosa máquina criminal del Cartel de Medellín, que ha sobrevivido
casi cinco décadas a la persecución estatal. De hecho, con maniobras
jurídicas y amenazas legales, al final de su carrera delincuencial tan
solo pagó mes y medio de cárcel, en 1998, por presunta conformación de
grupos criminales y secuestro simple agravado. También salió bien
librado de una investigación posterior por narcotráfico. Como en muchos
casos en Colombia, fue la justicia de Estados Unidos la que terminó
recolectando la evidencia en su contra.
Días
después del crimen de Upegui, la DEA inició la investigación con la
que, finalmente, terminó por vincular al equipo naranja y a sus máximos
accionistas a un sofisticado entramado mafioso al servicio de la
organización criminal conocida como la Oficina de Envigado.
2. Versión libre, Ramiro Vanoy Ramírez, Unidad de Justicia y Paz, Fiscalía General de la Nación, diciembre 6 de 2010.
3. www.treasury.gov/resource-center/sanctions/Programs/Documents/envigado chart 11 192014.pdf
4.
«Composición de las estructuras delincuenciales que operan en
Envigado», CTI de la Fiscalía, 1997, citado por Verdad Abierta,
noviembre 27 de 2014.
5.
Resolución 02517 de diciembre 10 de 2001, Coldeportes, director Diego
Palacios. Diario Oficial, edición 44691, enero 29 de 2002.
6. «La cantera que lo hizo héroe», Revista Marca, UNIDAD EDITORIAL INFORMACIÓN DEPORTIVA S.L.U., julio 30 de 2014.
7. Entrevista de la autora al general (r) Luis Eduardo Martínez, febrero 27 de 2017.
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