"La mitad de sus calles permanecen destruidas o sin pavimentar; el 90 por
ciento de las viviendas, es decir, 221.815, están asentadas en barrios
de estratos bajos o subnormales; el 65 por ciento de la población es
pobre; el 18 por ciento habita barrios subnormales".
Entre la plazoleta de la India Catalina y el baluarte de San Pedro
Mártir, el corazón de la Ciudad Heroica, se encuentra uno de los puntos
de mayor crisis de movilidad y ocupación de espacio público en
Colombia. En las cuatro bocas se parquean decenas de mototaxistas en
busca de pasajeros. Sobre los andenes y plazoletas hay vendedores de
minutos que despachan en unas mesas pequeñas y se cruzan con otros que
ofrecen guarapo y arepas de queso; chanceros y loteros, butifarreros,
carros de avenas frías y chicha, culebreros y vendedores de agua en
bolsa. Este alboroto se mezcla con el bullicio de los ayudantes de los
buses, que anuncian a todo pulmón viajes hacia Crespo, El Laguito, El
Socorro, Olaya y El Pozón.
Pocos se imaginan que esa barahúnda está a poca distancia de una de las zonas más costosas y exclusivas del país: la ciudad amurallada, con una estética colonial mágica y donde el metro cuadrado puede superar los 15 millones de pesos y es el centro de encuentro del jet set nacional e internacional. Sin embargo, ese improvisado mercado muestra el choque de dos Cartagenas que van por caminos distintos. Una que avanza a todo vapor impulsada por el boom de la construcción, el turismo, la industria, las operaciones portuarias y el comercio. La otra es la de la mayoría de los cartageneros, que durante décadas ha vivido en la pobreza sin que sus sucesivas clases políticas hayan sido capaces de mejorar esa triste realidad. La ciudad que tanto enamora a los colombianos es un espejismo. La verdadera Cartagena está por construirse: la mitad de sus calles permanecen destruidas o sin pavimentar; el 90 por ciento de las viviendas, es decir, 221.815, están asentadas en barrios de estratos bajos o subnormales; el 65 por ciento de la población es pobre; el 18 por ciento habita barrios subnormales y los indicadores de seguridad, medioambiente, movilidad y educación de todo el Distrito, según María Claudia Peñas, directora del programa Cartagena cómo vamos, están en cuidados intensivos.
Por eso, cada vez más voces consideran que se requiere con urgencia que toda la clase empresarial y política, necesariamente con la participación del gobierno nacional, defina un norte claro que permita que esas dos ciudades se integren y que la riqueza que allí se genera beneficie a todos los cartageneros.
Muchas
voces consultadas por SEMANA consideran que el primer frente por
encarar es el del cambio climático. La semana pasada más de 40 barrios, y
en especial la zona amurallada, se inundaron por las fuertes lluvias y
mareas que azotaron la bahía. El fenómeno se ha repetido tanto, que El
Universal hizo un llamado editorial para pedirles a las autoridades
poner en marcha soluciones, que a decir verdad, están planeadas hace 30
años y se aplazan sistemáticamente. Esto, porque la entidad creada para
ello se dedicó a ejecutar obras que nada tienen que ver con el
mantenimiento y cuidado de los caños, lagunas y ciénagas. Incluso hoy,
la invasión de estas áreas sigue porque no está claro el papel que deben
cumplir la institucionalidad ambiental y la portuaria.
El segundo gran frente está en reducir la pobreza. “De las diez ciudades más grandes de Colombia, Cartagena es la que tiene los mayores índices de pobreza, concentrada en gran medida en personas de color. Pero mientras que los barrios exclusivos y la zona industrial de Mamonal tengan completos sus servicios públicos y equipamientos, todo seguirá sin problema, pues los barrios pobres son un problema estético, que como Chambacú, es mejor alejarlos o esconderlos”, dice un alto funcionario del Estado que conoce a fondo la ciudad.
El tercero está en mejorar el equipamiento urbano, especialmente de vías, andenes, parques. Por ejemplo, después de diez años, el sistema de transporte masivo Transcaribe aún no arranca y ha tenido tantos problemas que entre 2004 y 2007 solo se construyó un kilómetro. Entre la India Catalina y la estatua del general Santander, a la entrada de Bocagrande, está el primer tramo. Sin embargo, las dos estaciones permanecen cerradas.
El alcalde Dionisio Vélez dijo a SEMANA que Cartagena será otra cuando Transcaribe comience a rodar en julio o agosto de 2015. Para ese entonces, el proyecto cumplirá una década en obra y habrá superado en tres veces su costo inicial de 250.000 millones de pesos.
A los problemas que ha generado la demora de Transcaribe se suman otros de movilidad. Todo ese boom inmobiliario y turístico hacia la zona norte tiene estrangulados los barrios de Bocagrande, Manga y el centro histórico. Ese fue un crecimiento desordenado porque las curadurías urbanas, en su afán de otorgar licencias de construcción, solo se detenían a consultar si el proyecto cumplía la norma, sin importar la realidad de las escasas vías para los nuevos residentes.
La entrada a Bocagrande tiene horas en que la movilidad es tan lenta que se vuelve un infierno en temporada de vacaciones. El barrio Crespo, donde está el aeropuerto Rafael Núñez y es paso obligado hacia Barranquilla, colapsó hace más de cinco años. Y el paso por el mercado de Bazurto, por la avenida Pedro de Heredia o la avenida del Lago son cuellos de botella que los conductores no pueden evadir porque no hay otra vía para entrar o salir de la ciudad.
Durante tres décadas se han aplazado proyectos como la Quinta Avenida del barrio Manga, que conectaría por la orilla del caño de las Quintas con el centro, hacia el Castillo de San Felipe y los barrios de la zona norte; de la vía perimetral de la Ciénaga de la Virgen, cuyo objetivo es impedir la invasión de la ciénaga y descongestionar el suroriente de la ciudad, solo se construyeron 3,5 kilómetros de los 11 proyectados. Esas obras quedarán en el limbo pues no están incluidas en el cupo de endeudamiento por 250.000 millones de pesos autorizado por el Concejo Distrital para obras en la ciudad. Por supuesto hay otras más prioritarias como escuelas, hospitales y vías en los barrios.
Un cuarto frente es la educación, que sufre un gran déficit. El panorama es escalofriante según las cifras del programa Cartagena cómo vamos. El 45 por ciento de los jóvenes entre los 15 y 16 años no cursan los grados 10 y 11, y terminarán engrosando las filas de los trabajadores informales o de las inatajables pandillas, que en los últimos dos años pasaron de 62 a 82. Entre 2011 y 2013 dejaron de matricularse 23.000 estudiantes en las escuelas públicas y en las pruebas Saber, el 83 por ciento de los estudiantes de noveno grado obtuvo una calificación de insuficiente.
Otro mundo
En la otra cara de esa ciudad, en la Cartagena próspera e idílica, siguen llegando inversionistas que encuentran grandes oportunidades para hacer negocios e impulsar el desarrollo de la otra ciudad. Los economistas Aaron Espinosa y Jorge Campos, de la Universidad Tecnológica, encontraron en una investigación que entre 1996 y 2007 la inversión extranjera directa se acercó a 1.200 millones de dólares, sin mencionar toda la inversión nacional o los 4.500 millones de dólares que se están invirtiendo en la nueva refinería de Ecopetrol.
El rápido crecimiento de la ciudad ha estado acompañado por la incapacidad de las administraciones para hacer las obras y programas sociales que se requieren, en parte, porque el recaudo de impuestos es insignificante. Entre 1994 y 2010 la base catastral pasó de 96.000 a 209.000 predios, y hoy existen 237.000. Lo increíble es que solo 635, es decir, el 0,30 por ciento de todos, tiene un avalúo catastral superior a 1.000 millones de pesos, algo que contrasta con la realidad de las cifras y del mismo mercado.
Solo en el centro histórico hay entre 1.350 y 1.500 predios,
muchos de los cuales se venden hoy a más de 10 millones de pesos el
metro cuadrado. Y es más inverosímil pensar que en Bocagrande,
Castillogrande, El Laguito, Manga y hacia La Boquilla, donde se han
construido cientos de edificios, estén tan devaluados catastralmente.
Este panorama, como es lógico, se ve reflejado en el bajo recaudo de impuesto predial, que en 2013 fue de 125.000 millones de pesos, más 60.000 millones de vigencias vencidas, pues históricamente solo el 45 por ciento de los contribuyentes lo paga sabiendo que las amnistías tributarias siempre vendrán. La actual administración plantea hacer una actualización catastral y subir los impuestos. De hecho, expertos consultados por SEMANA consideran que el predial debería ser como mínimo cinco veces lo recaudado.
La ausencia de una cultura tributaria ha permitido que la brecha entre las dos ciudades se amplíe cada vez más. Así como las zonas residenciales de estrato alto se expanden a toda velocidad, en los estratos bajos el déficit de viviendas es cada vez mayor. En la ciudad cada año nacen 2.745 nuevos hogares y el déficit cuantitativo y cualitativo –según el programa Cartagena Cómo Vamos–, es de 67.636 viviendas.
Esas dos ciudades chocan en las playas, atestadas de vendedores ambulantes que ante sus precarias condiciones y sus pocas oportunidades laborales o de formación, tienen que salir al rebusque. Esa realidad rebasa cualquier control policivo.
Por lo pronto el alcalde y sus secretarios afirman que en lo que les queda de mandato buscarán poner la casa en orden. Pero más que eso, se requiere con urgencia un bloque que trabaje por el futuro de Cartagena y no por mantener las diferencias politiqueras del pasado. Que acerque a la ciudad a las ideas por las que murieron sus mártires hace 200 años. De lo contrario, La Heroica seguirá siendo un fantástico destino turístico con el que sueñan millones de colombianos, un mito que sirve para inspirar canciones como Cartagena, la fantástica, de Carlos Vives, que tanto suena hoy en las emisoras y ‘picós’ de la ciudad.
Tomado de: http://www.semana.com/nacion/articulo/cartagena-dos-ciudades/406343-3
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