Oscar Javier Forero Coronel

jueves, 23 de marzo de 2017

FIDEL CASTRO: El revolucionario de tiempos difíciles

Por: RENAN  VEGA  CANTOR 

Fácil es ser revolucionarios en tiempos fáciles. Lo que no resulta fácil,  es  ser  revolucionarios  en  tiempos  difíciles”.
Fidel Castro


Era el primero de enero de 1994 y la Habana y toda Cuba parecía caerse a pedazos, en pleno Período Especial, como resultado del impacto directo que la desaparición de la Unión Soviética y el llamado bloque socialista de Europa oriental había tenido sobre el comercio y la economía cubanas. Yo había llegado hacia ocho días a la isla por primera vez y pude contemplar en forma directa las carencias, la falta de alimentos (se generalizó el arroz con frijol como comida cotidiana), las tiendas oficiales estaban completamente vacías como si el país estuviera en guerra (y en realidad soportaba un tipo especial de guerra de baja intensidad, presionada por los Estados Unidos, para que Cuba se plegara ante el imperio y la gusanera de Miami). No había transporte, por falta de petróleo, y empezó a utilizarse en forma masiva la bicicleta.  

Los pocos carros y motos Urales (por su procedencia soviética) que circulaban por las calles de La Habana iban siempre atestados y gran parte de gente se desplazaba a pie y de esa forma recorría grandes trayectos. Las cosas no iban mejor en el interior del país, como lo pude constatar en un viaje que hice a la ciudad de Santa Clara, para participar en un Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana. En el recorrido de 250 kilómetros parecía que transitáramos por un desierto, puesto que en el trayecto nos encontramos con uno o dos carros nada más.

La situación se notaba más crítica al recorrer las calles de La Habana Vieja, con gran parte de sus construcciones a punto de irse al suelo y la gente deambulando todo el día en busca de algo que pudiera aliviar su dura existencia. Además, se racionaba la luz eléctrica durante varias horas por día, puesto que era necesario ahorrar hasta la última gota de petróleo.

A pesar de esas carencias, me llamo poderosamente la atención que hombres y mujeres utilizaran la palabra compañero o compañera para hablar con los demás. Un vocablo que hoy, más de veinte años después, casi ha desaparecido en el lenguaje que se usa en la isla, como resultado del impacto avasallador del turismo. Hoy ya no se dice compañero sino señor, como muestra de un gran cambio simbólico en la vida cotidiana de la gente.

También me impactó positivamente que las escuelas siguieran funcionando  y  que los niños llevaran sus uniformes limpios y no se viera ni un solo niño mendigando en las calles y que los cines proyectaran películas y estuvieran siempre concurridos y se presentaran producciones como ‘Fresa y Chocolate’,  que se estrenó por esos días y que tuve la oportunidad de ver en el cine Yara de la Habana.

En el exterior no se daba un peso por la continuidad de la Revolución y los “cubanologos”  -esa insoportable ralea de “especialistas” sobre Cuba y Fidel,  generalmente de derecha y de extrema derecha-  no dudaban en su caída,  lo que discutían era cuánto tiempo iba a durar.  Algunos decían  -al comenzar 1994-  que no llegaba al final de ese año…  

En apariencia tenían la razón,  si se consideraba la situación internacional  (con el triunfo de la derecha y la contrarrevolución a nivel mundial),  en la que se destacaba la desaparición de la URSS, y más cerca la derrota de los sandinistas en Nicaragua, así como la entrada en vigor del Tratado del Libre Comercio de América del Norte (TLCAN),  que empezó a funcionar en forma oficial,  precisamente, el primero de enero de 1994.  En el plano internacional lo que se imponía era el neoliberalismo puro y duro,  adoptado por los nuevos países que se desprendieron de la antigua URSS  y  en Europa oriental,  estando a la orden del día la apertura incondicional de los países a la dominación imperialista,  camuflada ahora con el nombre de ‘globalización’.  Esto en América Latina quería decir ALCA (Alianza de Libre Comercio de las Américas) un proyecto de vocación expansionista para el continente americano que Bill Clinton,  presidente de los Estados Unidos,  anunció en enero de 1994,  en el que se convocó a todos los países del continente,  con la única excepción de Cuba.  

A este panorama internacional, absolutamente desfavorable para Cuba, se sumaba su crítica situación interna,  que se palpaba a flor de piel.  No podía ser de otra forma, ya que el comercio cubano cayó de 8.200 millones de dólares a fines de la década de 1980,  a  2.200  tras la disolución de la URSS,  y  en 1993,  cuando hasta ahora empezaba a impulsarse el turismo,  éste representaba un magro ingreso anual de 250 millones de dólares.  Ese primero de enero de 1994,  cuando se cumplían los 35 años de la Revolución Cubana el ambiente era de desesperanza,  de temor,  de incertidumbre entre los habitantes de Cuba.  

Ese día en un apartamento en La Habana del Este,  donde me alojaba,  en horas de la noche prendí el televisor,  justo en el momento en que en la ciudad de Santiago se realizaba un acto conmemorativo y en el que hablaba Fidel Castro.  Puse atención al discurso  y  quedé impactado por su contenido,  pero especialmente por una afirmación que desde entonces me retumba en la cabeza,  cuando con convicción,  el líder de la Revolución Cubana afirmó:  “Fácil es ser revolucionarios en tiempos fáciles.  Lo que no resulta fácil  es ser revolucionarios en tiempos difíciles. Los que aquí nos reunimos somos revolucionarios de tiempos difíciles”...

Esta afirmación resume muy bien el carácter de Fidel Castro Ruz: un revolucionario a carta cabal,  un revolucionario de tiempos difíciles.  Y que más tiempos difíciles que los que a él le tocó vivir  y  sortear desde la década de 1950,  cuando dirigió un proceso auténtico y original,  que rompió con el capitalismo  y  el imperialismo,  y  planteó un modelo socialista para un país de América Latina.  

Tiempos difíciles como los que afrontó en medio de un criminal y cincuentenario bloqueo económico, político y cultural por parte de la primera potencia mundial y se sigue manifestando en la actualidad. Tiempos difíciles como los planteados por la Perestroika en la Unión Soviética de Gorbachov, cuando Fidel avizoró que de allí no iba a salir nada bueno y se negó a secundar esa política suicida. Tiempos difíciles como los del Periodo Especial,  en donde Cuba,  sola  y  aislada,  sin recursos energéticos, soportó el primer caso de Pico de Petróleo registrado en el siglo XX,  y  ese pequeño país,  en medio de terribles dificultades, logró sobrevivir. Tiempos difíciles en que cayeron sucesivamente los diversos estados autodenominados socialistas,  y  gran parte de sus antiguos dirigentes  (como los de la nomenclatura soviética) se pasaron,  con más pena que gloria,  al bando de los capitalistas  y  neoliberales.  Tiempos difíciles en los que,  después de 1989,  intelectuales conversos  y  políticos pragmáticos,  pedían que Cuba abandonara su idea de independencia y dignidad,  y  se plegara en forma incondicional a los designios del imperialismo y del capitalismo,  y  Fidel no abjuró de sus convicciones y se mantuvo en ellas hasta su muerte física.

Para ser revolucionario de tiempos difíciles se requiere coraje, convicción, dignidad, enfrentar los retos aunque se pueda perder, no claudicar ante el primer obstáculo, no plegarse a las corrientes dominantes y no renunciar al antiimperialismo y al anticapitalismo.  Eso lo hizo Fidel,  al tiempo que se convirtió en la voz actualizada de los viejos y nuevos problemas que genera el capitalismo.

Al respecto se recuerdan sus palabras en la Cumbre de Rio de Janeiro, en 1992,  cuando en medio de la tecnocracia ambiental y el “capitalismo verde”, fue el único que planteó sin tapujos la responsabilidad del capitalismo en la destrucción ambiental,  y  en hundir en la pobreza a los países del Tercer Mundo.  Son también notables sus apreciaciones sobre la crisis civilizatoria que ha generado el capitalismo,  y  los peligros que eso entraña para el futuro de la humanidad,  así como sus denuncias sobre el carácter destructivo del armamento moderno,  impulsado por países imperialistas y sus empresas multinacionales.  

Fidel Castro siguió siendo revolucionario,  aunque en el mundo entero gran parte de los que alguna vez se declararon revolucionarios  (“los revolucionarios de tiempos fáciles”)  lo hayan dejado de ser,  por plegarse al capitalismo  y  disfrutar de algunas de sus migajas.  Mantuvo su dignidad hasta el final,  sin renunciar a la independencia y a la soberanía, con los costos que eso supone.  Por esto mismo,  luego de su muerte física,  gran parte de esos conversos (como Mario Vargas Llosa) no han ocultado su antipatía por un personaje que no abjuró de sus convicciones ni se plegó ante el imperialismo.  

En el fondo les duele que puedan seguir existiendo este tipo de revolucionarios,  de tiempos difíciles,  que nadan contra la corriente,  y  que son ejemplo de una ética insobornable  y  de una honradez sin mácula,  como lo dijo el mismo Fidel en ese discurso del primero de enero de 1994:  “Los hombres de la Revolución podrían cometer errores,  pero los hombres de la Revolución jamás traicionarían sus principios,  los hombres de la Revolución serían honrados,  los hombres de la Revolución jamás abandonarían las ideas por las cuales tanto había luchado nuestra generación y las generaciones que nos precedieron”.

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