Por: Jorge Beinstein
A partir de la victoria de Trump los medios de comunicación hegemónicos han lanzado una
avalancha de referencias al “proteccionismo económico” del futuro gobierno imperial y en
consecuencia al posible inicio de una era de desglobalización.
En realidad la instalación de Trump no será la causa de esa desglobalización anunciada sino más
bien el resultado de un proceso que dio su primer paso con la crisis financiera de 2008 y que se
aceleró desde 2014 cuando el Imperio ingresó en un recorrido descendente irresistible.
Desde el punto de vista del comercio internacional la desglobalización viene avanzando desde
hace aproximadamente un lustro. Según datos del Banco Mundial en la década de los 1960 las
exportaciones representaron en promedio el 12,2 % del Producto Bruto Global, en la década
siguiente pasaron al 15,8 %, en los años 1980 llegaron al 18,7 % pero hacia fines de esa década
el proceso se aceleró y en 2008 alcanzó su máximo nivel cuando llegó el 30,8 %, la crisis de ese
año marcó el techo del fenómeno a partir del cual se produjo un descenso suave que se acentuó
desde 2014-2015 (1). La propaganda acerca de que las economías se internacionalizaban cada
vez más, condenadas a exportar porciones crecientes de su producción fue desmentida por la
realidad desde 2008 y ahora la globalización comercial comienza a revertirse.
Pero las dos décadas de globalización acelerada fueron principalmente un movimiento de
financierización, de hegemonía total del parasitismo financiero sobre el conjunto de la economía
mundial, su centro motor se encontraba en los Estados Unidos, extendiendo sus fortalezas hacia
el conjunto de Occidente y el socio oriental Japón. Los llamados “productos financieros derivados”,
negocios especulativos altamente volátiles, verdadero corazón del sistema, llegaban en el año
1999 a unos 80 billones (millones de millones) de dólares, aproximadamente dos veces y media el
Producto Bruto Mundial, luego esa masa se expandió vertiginosamente y en 2008, un poco antes
del desastre financiero tocaba los 683 billones de dólares, casi 12 veces el Producto Bruto
Mundial de ese año. Allí alcanzó su techo histórico, creció luego muy poco en términos nominales
de tal manera que hacia fines de 2013 llegaba a los 710 billones de dólares (9,3 veces el Producto
Bruto Global de ese año), fue el comienzo del desinfle ya que en diciembre de 2015 había caído a
490 billones (6,6 veces el Producto Bruto Global de 2015). La oligarquía financiera había entrado
en declinación lo que acentuó su canibalismo interno y sus tendencias depredadoras no solo en la
periferia sino también en el centro del sistema.
A esos procesos económicos se agregó una profunda crisis geopolítica, el expansionismo políticomilitar
del Imperio fue frenado en su principal territorio de operaciones: Asia. Los dos rivales
estratégicos de Occidente: China y Rusia, estrecharon su alianza y fueron arrastrando hacia su
espacio a grandes, medianos y pequeños estados de la región: desde India, hasta Irán, pasando
por las naciones de Asia Central. Los recientes giros de Turquía y Filipinas alejándose de la
influencia norteamericana y acercándose al espacio chino-ruso marcan desde el Mar Mediterráneo
y desde el Océano Pacífico, en los dos extremos geográficos de Eurasia, el declive de la
dominación periférica del imperialismo occidental. El fracaso estadounidense en Siria señala el
principio del fin de su omnipotencia militar.
Sin embargo la decadencia de Occidente no implica el seguro ascenso de los capitalismos de
estado ruso y chino como nuevos amos del mundo, la crisis está llegando a China, su crecimiento
se va desacelerando, Rusia se encuentra en recesión, ambas potencias son afectadas por la
declinación de los mercados occidentales y de Japón, sus principales clientes. Tratan entonces de
compensar esas pérdidas extendiendo sus negocios y acuerdos políticos hacia la periferia,
especialmente hacia el espacio asiático. Tal vez el más ambicioso proyecto chino sea el de la
“Nueva Ruta de la Seda”, gigantesca masa de inversiones en infraestructura y sistemas de
transporte terrestre y acuático distribuidas en Asia apuntando hacia la integración comercial del
espacio eurasiático, llegaría a unos 890 mil millones de dólares según Financial Times (2). Esa
cifra podría ser comparada con la del Plan Marshall que a valores actuales representaría cerca de
130 mil millones de dólares, China estaría empujando hacia esa zona inversiones equivalentes a
más de seis planes marshall.
El problema es que todas esas economías que China busca integrar están siendo golpeadas por
la crisis, la caída de los precios de las materias primas deprime al conjunto de la periferia,
acorralan a Rusia, a Irán, a las repúblicas centroasiáticas... mientras Europa declina.
La crisis es global, obedece a la dinámica del capitalismo como sistema planetario, a su
degeneración parasitaria que degrada tanto a los países centrales como a los periféricos,
emergentes o no.
America Latina es ahora víctima de esos cambios.
En su repliegue hacia el patio trasero histórico imperial los Estados Unidos vienen allí ejecutando
una estrategia flexible y arrolladora de reconquista y saqueo que en unos pocos años ha
conseguido desplazar a los gobiernos de Honduras, Paraguay, Brasil y Argentina, acorralar a
Venezuela y poner de rodillas a la cúpula de la insurgencia colombiana. Sin embargo esa
reconquista se produce en el marco de la crisis económica, social-institucional, cultural y geopolítica de Occidente que lleva hacia el pantano a los regímenes lacayos del continente. Las
victorias derechistas en Paraguay, Argentina o Brasil anuncian profundas crisis de gobernabilidad,
donde sus “gobiernos”, en realidad bandas de saqueadores, generan con sus acciones grandes
destrucciones del tejido económico e inevitablemente el ascenso de protestas sociales masivas y
crecientes. Dicho de otra manera, la actual arremetida derechista no es el comienzo de la
reconversión colonial de la región, de la instauración de un nuevo orden elitista sino de una etapa
de desorden, de rebeliones populares amenazando a las élites dominantes.
Mientras tanto la desglobalización sigue su curso, la élites dominantes del planeta buscan
desesperadamente preservar sus posiciones, acentúan sus disputas internas, empiezan a
producir salvadores pragmáticos de todo tipo. Así es como ha irrumpido un personaje grotesco
como Donald Trump buscando combinar xenofobia, concentración de ingresos, reindustrialización
y recomposición del esquema geopolítico global. O los neofascismos europeos emergentes y los
ya instalados en América Latina. Se trata de tentativas ilusorias de recomposición de sistemas
decadentes profundizando al mismo tiempo el saqueo, dinámica parasitaria ya vista a lo largo de
la historia humana acompañando, acelerando las declinaciones imperiales.
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(1) World Bank, “World development Indicators”, 17-11-2016
(2) James Kynge, “How the Silk Road plans will be financed”, Financial Times, Mai 9, 2016.
TOMADO DE: http://beinstein.lahaine.org/b2-img/Beinstein_Trump.pdf
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