Por: Jorge Forero
La situación económica de Venezuela en la
actualidad es calificada por expertos de diversas corrientes, como una nueva
experiencia de crisis de hiperinflación en el mundo. Steve Hanke, una
referencia mundial en la materia (de tendencia neoliberal), asegura que existe
hiperinflación cuando la tasa de inflación supera el 50% mensual. De acuerdo
con el autor, una inflación de 50% mensual, proyectada de forma anualizada, se
calcularía aproximadamente en 13.000%.
Según estimaciones del FMI, para 2017 la
inflación venezolana superó el 1000%, y su proyección para 2018 ubicó al
indicador inflación en 14.000%. Más recientemente, el organismo financiero
multinacional publicó nuevos pronósticos, los cuales plantean una inflación
superior al 1.000.000% para 2018. Sin embargo, el mismo Hanke cuestionó y
calificó de deslumbrantes, imposibles y falsas tales proyecciones, además de
señalar como imprecisa cualquier tentativa de predicción de esa naturaleza[2].
§ Causas de la hiperinflación
Las corrientes liberales de economía argumentan
que los fenómenos de hiperinflación son producto de dos fenómenos:
i) La emisión desproporcionada de dinero
inorgánico, según esta tesis, ocurre cuando hay un aumento vertiginoso en la
cantidad de dinero circulante que no está correspondido por un aumento similar
en la cantidad de bienes y servicios existentes en la economía. Esta variable
está relacionada con las políticas fiscales de gasto público, el cual según los
postulados neoliberales debe reducirse al mínimo.
ii) La pérdida de confianza de los sistemas
financieros de los Estados nacionales.
Estas corrientes, incluso postulan modelos de
desarrollo o evolución del fenómeno que en teoría explicarían los procesos de
hiperinflación, pero dichos patrones no son aplicables a todas las experiencias
por dos razones esenciales. En primer lugar, porque existe gran diversidad en
las causas estructurales y las condiciones económicas-políticas que producen
estas crisis, las cuales han estado regularmente vinculadas a situaciones de
guerra, de conmoción social y política, de crisis de endeudamiento, de
profundos déficits fiscales y/o de devaluaciones; y en segundo lugar porque sus
formas de evolución también han sido heterogéneas.
Las corrientes del pensamiento crítico por su
parte, plantean que cada fenómeno de hiperinflación es expresión de
circunstancias históricas y sociales concretas. Por tanto esas generalizaciones
resultan arbitrarias y reduccionistas –se limitan a reconocer las variables
monetaria y fiscal, y desconocen de manera intencionada elementos e indicadores
vinculados orgánicamente con la producción tangible –no especulativa- y la
capacidad de reserva de valor en la economía de un país.
§ Antecedentes globales
El fenómeno de hiperinflación venezolana se
posiciona como la quincuagésima séptima experiencia de ese tipo registrada por
la historiografía moderna. Los incidentes más sobresalientes hasta ahora han
sido los sucedidos en:
- Alemania en la década de 1920 del siglo XX,
con una tasa de hiperinflación de un billón por ciento (1.000.000.000.000%) en
1923, cuando un dólar americano llegó a cotizarse en dos billones de marcos
alemanes;
- Hungría en 1946, país que experimentó una
hiperinflación que se mantiene como el record hasta la actualidad, cuando ese
indicador alcanzó los 41,9 trillones por ciento
(41.900.000.000.000.000.000.000%);
- Zimbabue en 2008 -el caso notable más
reciente-, cuyo zenit de hiperinflación se situó en 7960 millones por ciento
(7.960.000.000%)[3].
Los casos de Alemania y Hungría estuvieron
mediados por conflictos de amplio espectro –que se entienden como proceso y
producto de las dos guerras mundiales del siglo XX-, mientras el caso de
Zimbabue responde a una particularidad enmarcada por los estragos del
colonialismo y el neocolonialismo en una economía dependiente y vulnerable.
En caso de Zimbabue es usado frecuentemente
como ejemplo de las hipótesis neoliberales, pues según esas versiones, la
hiperinflación de ese país se desató por la emisión desproporcionada de
circulante monetario para cubrir el déficit interno. Sin embargo estos análisis
resultan sesgados y reduccionistas porque desconocen –de manera intencionada-
una carga histórica de problemas y distorsiones que prefiguraron la emisión monetaria
referida, tales como la condición de colonia británica de ese país hasta 1980,
cuya independencia formal como Estado nacional determinó la imposición de una
deuda astronómica y de una economía atrasada y primaria (concentrada en una
élite ligada a los intereses ingleses), orientada a la exportación de
capitales. Además omiten el proceso de endeudamiento con el FMI –con su
respectivo paquete de medidas- asumido por el gobierno de ese país a finales de
los noventa, hasta su calificación de default. Las condiciones mencionadas
fueron el caldo de cultivo de la crisis que inició en 2001, cuando el gobierno
de Robert Mugabe decidió la confiscación por la fuerza de unidades productivas
agrícolas –medida que agravó la depresión de la economía de ese país porque
afectó la tasa de desempleo y precipitó mayores niveles de pobreza.
Por su parte, en América Latina los casos más
significativos de las últimas décadas, sucedieron en: Bolivia en 1985, con un
índice de 60.000%; Perú en 1990, con 7694%; Argentina y Brasil en ese mismo año
con 3079% y 2751% respectivamente. Otros países de la región que han
experimentado incidentes de hiperinflación son Nicaragua y Chile (enmarcados en
situaciones de conmoción política).
§ El caso venezolano
Las características de la economía venezolana
–una formación económico-social dependiente del ingreso petrolero, por ende
regida por el mercado y el sistema financiero mundial, cuyo mercado interno
está supeditado a las variaciones de ese ingreso para satisfacer sus
necesidades mediante el flujo de sus importaciones-, han determinado una
tendencia inflacionaria marcada y sostenida, por encima de dos dígitos desde la
década de los setenta, e incluso de los tres dígitos en los noventa del siglo
XX.
Por tal motivo, se puede afirmar que se trata
de un problema sistémico de nuestra economía, pero es preciso profundizar en la
materia porque a pesar de esa tendencia histórica, Venezuela no había
experimentado hasta ahora una crisis de hiperinflación.
§ Hiperinflación venezolana: hipótesis y corrientes
El fenómeno de hiperinflación venezolana ha
suscitado intensos debates para explicar sus causas. A continuación se
presentan las hipótesis más reconocidas para explicar el fenómeno.
- La posiciones neoliberales (cuyos voceros
principales son el diputado a la AN José Guerra y los analistas Luis Vicente
León y Asdrúbal Oliveros), arguyen que el fenómeno es producto de la
combinación de una crisis dada por dos errores sustantivos del gobierno: la
emisión de dinero circulante –la denominada masa monetaria- para satisfacer el
gasto público, así como una caída abrupta de la confianza en el marco normativo
y las instituciones que regentan la economía del país, especialmente por
políticas como las expropiaciones de modos de producción, el control de cambio
y la inseguridad para la inversión y el flujo de capitales.
- Analistas de izquierda proclives a las tesis
que ha postulado el gobierno hasta ahora (Pasqualina Curcio, Luis Salas, Juan
Carlos Valdez y Andrés Giussepe, entre otros), plantean que la inflación
venezolana es consecuencia de una devaluación inducida[4] por la presión de
agentes económico-financieros transnacionales dirigidos por los Estados Unidos,
por tanto, según sus postulados, la emisión de dinero no es una causa de la
inflación y la devaluación sino una consecuencia de las mismas[5]. Según esta
corriente, el control de cambio es fundamental para mantener la estabilidad
económica del país y contener una nueva oleada de fuga de capitales[6].
- Mientras tanto, una corriente heterogénea de analistas
de izquierda (con la cual nos identificamos en la presente reflexión), tales
como Rodrigo Cabezas, Jesús Faría, Oscar Forero y Manuel Sutherland, coinciden
en afirmar que la hiperinflación venezolana es un fenómeno multidimensional y
multifactorial, producido por una carga histórica de problemas económicos
estructurales y coyunturales, tales como: la dependencia al ingreso petrolero,
la sobrevaluación del tipo de cambio[7] y la fuga de capitales, la emisión
desproporcionada de circulante monetario, la crisis de endeudamiento y el
déficit fiscal, la caída abrupta del PIB desde hace 17 trimestres, las
distorsiones en las estructuras de costos de producción y distribución que
afectan el mercado interno, por mencionar las más significativas.
Desde el punto de vista de la presente
reflexión, la escalada de inflación desatada responde a fuerzas estructurales
que se configuraron a partir de la recesión económico-financiera global de
2007-2008 y sus implicaciones sobre la economía nacional (esa recesión determinó
algunos elementos que resultan sustantivos para comprender la depresión
económica que determinó la crisis de hiperinflación, los cuales fueron
alertados en su momento por Víctor Álvarez: la sobrevaluación del tipo de
cambio y su influencia negativa sobre la productividad nacional y la
consolidación de una lógica dependencia del mercado nacional en torno al flujo
de las importaciones; el endeudamiento vertiginoso; y la concentración de
esfuerzos de inversión-exploración en la faja petrolífera del Orinoco, ante la
sobreestimación de las tendencias de la dinámica del precio del petróleo.
En particular el anclaje cambiario –con
diferencial incluido en diversas tasas oficiales-, así como la depresión del
PIB y el aumento exorbitante de la liquidez monetaria, terminaron de configurar
las condiciones para el despliegue de la crisis de hiperinflación de la
actualidad, la cual reproduce múltiples –nefastas y severas- consecuencias para
la formación económico-social venezolana.
§ Perspectivas de los fenómenos de
hiperinflación
Los casos de hiperinflación registrados han
presentado una extensión temporal variable, la cual ha fluctuado entre los seis
(06) y los veinticuatro (24) meses, es decir, se trata de situaciones
coyunturales finitas en el tiempo. En situaciones particulares, como la de
Brasil, la economía alcanzó posteriormente crecimientos extraordinarios
–sustentados en una capacidad agroindustrial instalada de gran escala y un
mercado interno de enormes proporciones. No obstante, en otras ocasiones, las
lesiones de la hiperinflación no han sido superadas, como ha sucedido en los
casos de Zimbabue y Grecia.
Los fenómenos de hiperinflación desarrollados
en América Latina y el Caribe, de obligatoria referencia para Venezuela, fueron
estabilizados mediante políticas de shock de signo neoliberal –los denominados
paquetes o programas de ajuste estructural tan propugnados por los sectores
liberales del país-, los cuales frenaron la hiperinflación pero derivaron en
daños severos para las clases trabajadoras.
Sin embargo, otros casos han detenido la
tendencia de hiperinflación a través de fórmulas diversas:
Alemania por ejemplo, en 1923 retiró del
mercado su moneda nacional y mediante el Banco Central (El Reichsbank) ejecutó
la emisión y circulación de una nueva moneda -respaldada en su capital fijo:
tierras e industrias-;
Hungría recurrió a la emisión de una nueva
moneda enmarcada en un plan intensivo de planificación y centralización de su
economía, con lo cual pudo favorecer la producción nacional, corregir las
distorsiones del mercado interno y contener la fuga de capitales que precipitó
su proceso de hiperinflación;
Zimbabue, no aplicó ninguna política
estructural para enfrentar la hiperinflación (se limitó a llevar a cabo
continuas reconversiones monetarias con cambios nominales en el signo, con los
cuales alcanzaron a utilizar un billete de cien billones de dólares de
Zimbabue; y posteriormente se eliminó el signo monetario nacional y en ese país
circula el dólar americano y otras monedas de la región, tales como el Rand sudafricano),
hasta que la inercia produjo la llegada a una especie de punto mínimo o rebote
que derivó en una deflación.
Perspectivas concretas para Venezuela
Desde las corrientes neoliberales
internacionales se plantea como receta única la desaparición de la moneda
nacional –con lo cual se reitera la visión monetarista del problema-, la moneda
nacional sería sustituida por el dólar americano (esa es la recomendación
explícita del citado experto Steve Hanke, quien sugirió y dirigió una política
de ese tipo en Ecuador y Bulgaria).
Por su parte los neoliberales venezolanos
referidos en el apartado anterior, afirman que la única, instantánea e
infalible solución es un ajuste estructural: Según estas posiciones, se
requiere de un plan de estabilización económica que consiste en una
liberalización total de la economía en los ámbitos monetario y de inversiones,
la privatización de activos públicos, el congelamiento de los salarios, la
reducción al mínimo del gasto público –denominada de manera eufemística disciplina
fiscal-, así como una política de incentivos fiscales para el capital (la
terapia de shock utilizada por Pinochet en Chile y por Fujimori en Perú).
Desde el espectro del chavismo, las soluciones
planteadas son diversas y en ocasiones expresan notables contradicciones en
temas sustantivos como el control de cambio (mantenerlo, flexibilizarlo o
eliminarlo), las políticas monetarias, las estrategias para la promoción de
inversión extranjera, el pago de la deuda internacional (el dilema entre
cancelar los compromisos para no perder más confianza o llevar a cabo una
moratoria de pagos con una auditoria integral de la deuda), los mecanismos para
la determinación de baremos de precios, salarios y ganancias, entre otras
variables.
Lo cierto del caso es que en Venezuela no se
han asumido medidas correctivas de signo estructural, ni en los términos de las
tendencias planteadas, ni en términos de políticas innovadoras. Por el
contrario, hasta ahora la política económica se había caracterizado por
mantener una acción inerte y de omisión ante la hiperinflación –muy similar a
la implementada en Zimbabue-. Tal situación se agravó con la imposición de
sanciones financieras impuestas por el gobierno de Estados Unidos en agosto de
2017 (que es una continuidad de una tendencia de presión y hostilidad -dirigida
por Washington- contra la economía venezolana, la cual fue instaurada desde la
llegada de Hugo Chávez al gobierno en 1999).
La combinación de múltiples variables en el
sistema financiero y el mercado internacional (especialmente el de los
hidrocarburos), las hostilidades de origen internacional y la inercia
mencionada, han desencadenado en una descapitalización del país, cuyos
indicadores más notables son la megadevaluación de la moneda nacional, la fuga
de capitales astronómica, el estancamiento de la producción nacional (con un
despilfarro escandaloso de fuerzas productivas y de potenciales de renta), así
como el aniquilamiento del valor de la fuerza de trabajo y con ello de las
capacidades de satisfacción de necesidades básicas de las clases asalariadas.
A partir de las medidas anunciadas de manera
superficial el pasado 26 de julio, se puede afirmar que el gobierno de
Venezuela ha asumido la intervención de la situación actual a través de una
nueva política económica. Todo parece indicar que el modelo formulado tiene
afinidades de forma y contenido con la política de Alemania en 1923 (emisión de
una nueva moneda: anclada y respaldada en commodities transables en el mercado
de valores[8]), acompañada de una maniobra de certificación de reservas en oro
(en convenio con Turquía), esto último con la intención de proyectar confianza
y ofrecer garantías para obtener nuevas fuentes de financiamiento.
La política esbozada por el presidente Nicolás
Maduro el referido 26 de julio, tiende a demostrar audacia táctica, pero además
de estar condicionada por la capacidad de valorización del Petro en el mercado
internacional (tema de gran complejidad a menos que se concrete con éxito una
necesaria acción diplomática que permita anular las sanciones impuestas por el
gobierno de los EE.UU.), resulta insuficiente para enfrentar de manera integral
la crisis[9], si no se implementan enérgicas medidas de carácter estructural,
tales como:
- El diseño de una Estrategia para la
recuperación de la industria petrolera nacional: la fuente fundamental de
divisas: más allá de la retórica ingenua de superación del modelo rentista
petrolero; y la proyección en el mediano plazo de un reimpulso de la industria
petroquímica.
- Una política de emergencia para la
coordinación de planes y acciones orientados hacia la reactivación de las
fuerzas productivas en los ámbitos industrial y agrícola, así como a las
capacidades logísticas y tecnológicas para la distribución de bienes y servicios.
- La recuperación de los servicios públicos
fundamentales (agua potable, energía eléctrica, telecomunicaciones, saneamiento
ambiental), los cuales son vitales para el desarrollo de las fuerzas
productivas industriales y agroindustriales, para el funcionamiento del tejido
institucional, y para la satisfacción de necesidades esenciales de la
población.
- Una política macroeconómica multidimensional
para el fortalecimiento de las reservas internacionales.
- Una moratoria de pagos y una auditoría de la
deuda internacional –que incluye una evaluación exhaustiva de los denominados
bonos soberanos- y de las condiciones de pago del servicio de deuda.
- Una reforma fiscal drástica que revierta la
tendencia regresiva del actual régimen tributario.
- El diseño de una estrategia para contener la
fuga de capitales –el control de cambio ha demostrado que no controla y no
cambia-, así como una auditoría de los capitales exportados durante los últimos
años (como primera medida para estimar la factibilidad de repatriación de los
mismos).
- Un plan rector de las inversiones
internacionales sin menoscabo de los intereses estratégicos de la República.
- Una política de inversión de los ingresos en
divisas –los cuales se deben recuperar de manera paulatina-, en áreas
prioritarias de la economía nacional, así como en la satisfacción de
necesidades básicas de la población, primordialmente de alimentación, salud y
servicios públicos.
- Una política de amplio espectro para mitigar
las distorsiones del mercado nacional –dadas por las asimetrías y la
inviabilidad de estimar estructuras de costos en la producción, distribución y
comercialización de bienes y servicios-.
- Por último y no por ello menos importante, de
crear y materializar una política para recuperar el poder adquisitivo de la
clase asalariada, lo cual estimularía el mercado interno y potenciaría de
manera objetiva y subjetiva un factor esencial para la capitalización: la
fuerza de trabajo.
A manera de conclusión:
Los fenómenos de hiperinflación expresan problemas
orgánicos de las formaciones económico-sociales, es decir, no se reducen a las
dimensiones monetaria y fiscal (como pretenden hacer ver los neoliberales),
sino que responden a distorsiones estructurales de las economías de los Estados
nacionales en su relación con el sistema-mundo.
El análisis documental realizado permite
establecer que Venezuela entró en una crisis de hiperinflación desde noviembre
de 2017. Por tanto, hasta ahora ha transitado nueve meses en tal condición.
La hiperinflación es finita en el tiempo y
existe una tendencia a alcanzar un punto mínimo que deriva en un rebote[10] de
la misma (incluso sin intervenciones del Estado, tal y como sucedió en
Zimbabue), y las fórmulas para superar la misma han demostrado ser diversas a
lo largo de la historia. Lo más importante para determinar el método, es
definir cuál es el objetivo estratégico, cuáles son los intereses que median y
quiénes son los sujetos que deben ser el centro del plan de estabilización.
Las medidas anunciadas recientemente por el
gobierno de Venezuela, parecen audaces y son un buen signo (de ruptura con la
inercia), pero resultan insuficientes porque –desde otro enfoque- caen en el
mismo error que las tesis liberales: el reduccionismo de creer que el problema
de la hiperinflación se soluciona únicamente a través de la variable monetaria.
Se requiere de un programa integral de
recuperación económica, con objetivos estratégicos y tácticos, procedimientos
claros, plazos, metas y responsables explícitos, para detener la
hiperinflación, así como sus nefastas repercusiones, y primordialmente para
corregir los factores estructurales y coyunturales que le determinaron, de
manera de lograr la estabilización y el reimpulso de la economía venezolana sobre
la base del desarrollo de sus fuerzas productivas.
NOTAS:
[1] Investigador del Centro Internacional
Miranda
[2] El economista norteamericano afirmó que el
interés del FMI radica en lograr titulares de prensa, y fustigó los cálculos de
inflación errados de ese organismo para 2017, en cuyos informes se publicaron
estimaciones que ubicaban la inflación de ese año en 2200%.
[3] El caso de Zimbabue es usado frecuentemente
como ejemplo de las hipótesis neoliberales, pues según esas versiones, la
hiperinflación de ese país se desencadenó ante la emisión desproporcionada de
circulante monetario para cubrir el déficit interno. Sin embargo estos análisis
resultan sesgados y reduccionistas porque desconocen –de manera intencionada-
una carga histórica de problemas y distorsiones que prefiguraron la emisión
monetaria referida, tales como la condición de colonia británica de ese país
hasta 1980, cuya independencia formal como Estado nacional determinó la
imposición de una deuda astronómica y de una economía atrasada y primaria
(concentrada en una élite ligada a los intereses ingleses), orientada a la
exportación de capitales. Además omiten el proceso de endeudamiento con el FMI
–con su respectivo paquete de medidas- asumido por el gobierno de ese país a
finales de los noventa, hasta su calificación de default. Las condiciones
mencionadas fueron el caldo de cultivo de la crisis que inició en 2001, cuando
el gobierno de Robert Mugabe decidió la confiscación por la fuerza de unidades
productivas agrícolas –medida que agravó la depresión de la economía de ese
país porque afectó la tasa de desempleo y precipitó mayores niveles de pobreza.
[4] Tales análisis cuestionan el monetarismo de
los neoliberales, pero desconocen el impacto negativo severo que tiene esa
emisión de dinero sobre la economía nacional.
[5] Un análisis de tendencias en una línea de
tiempo le otorga validez a esta hipótesis, pero la negación de los efectos
nocivos de esa emisión de circulante resulta inexplicable, pues es evidente que
ese nuevo flujo monetario produce un ciclo que es directamente proporcional con
los indicadores de inflación y devaluación.
[6] Recientemente el diputado a la ANC Jesús
Faría hizo públicas sus consideraciones respecto al carácter inviable y fútil
del control de cambio en las condiciones actuales.
[7] Con el agravante de que desde 2014 se
implementaron varias tasas oficiales de cambio con diferenciales abismales.
[8] Predecir el éxito o fracaso de esa medida
es temerario, porque las condiciones del mercado mundial y del sistema
financiero internacional son muy distintas, y porque Alemania ya había
transitado por un proceso de industrialización que le permitió el desarrollo de
fuerzas productivas y de tecnologías propias.
[9] La hiperinflación es apenas uno de los
síntomas (el más violento y explícito) de una crisis multidimensional.
[10] Algunos investigadores de diverso signo
ideológico, pronostican que ese rebote debe darse en el primer semestre de
2019.
La situación económica de Venezuela en la
actualidad es calificada por expertos de diversas corrientes, como una nueva
experiencia de crisis de hiperinflación en el mundo. Steve Hanke, una
referencia mundial en la materia (de tendencia neoliberal), asegura que existe
hiperinflación cuando la tasa de inflación supera el 50% mensual. De acuerdo
con el autor, una inflación de 50% mensual, proyectada de forma anualizada, se
calcularía aproximadamente en 13.000%.
Según estimaciones del FMI, para 2017 la
inflación venezolana superó el 1000%, y su proyección para 2018 ubicó al
indicador inflación en 14.000%. Más recientemente, el organismo financiero
multinacional publicó nuevos pronósticos, los cuales plantean una inflación
superior al 1.000.000% para 2018. Sin embargo, el mismo Hanke cuestionó y
calificó de deslumbrantes, imposibles y falsas tales proyecciones, además de
señalar como imprecisa cualquier tentativa de predicción de esa naturaleza[2].
§ Causas de la hiperinflación
Las corrientes liberales de economía argumentan
que los fenómenos de hiperinflación son producto de dos fenómenos:
i) La emisión desproporcionada de dinero
inorgánico, según esta tesis, ocurre cuando hay un aumento vertiginoso en la
cantidad de dinero circulante que no está correspondido por un aumento similar
en la cantidad de bienes y servicios existentes en la economía. Esta variable
está relacionada con las políticas fiscales de gasto público, el cual según los
postulados neoliberales debe reducirse al mínimo.
ii) La pérdida de confianza de los sistemas
financieros de los Estados nacionales.
Estas corrientes, incluso postulan modelos de
desarrollo o evolución del fenómeno que en teoría explicarían los procesos de
hiperinflación, pero dichos patrones no son aplicables a todas las experiencias
por dos razones esenciales. En primer lugar, porque existe gran diversidad en
las causas estructurales y las condiciones económicas-políticas que producen
estas crisis, las cuales han estado regularmente vinculadas a situaciones de
guerra, de conmoción social y política, de crisis de endeudamiento, de
profundos déficits fiscales y/o de devaluaciones; y en segundo lugar porque sus
formas de evolución también han sido heterogéneas.
Las corrientes del pensamiento crítico por su
parte, plantean que cada fenómeno de hiperinflación es expresión de
circunstancias históricas y sociales concretas. Por tanto esas generalizaciones
resultan arbitrarias y reduccionistas –se limitan a reconocer las variables
monetaria y fiscal, y desconocen de manera intencionada elementos e indicadores
vinculados orgánicamente con la producción tangible –no especulativa- y la
capacidad de reserva de valor en la economía de un país.
§ Antecedentes globales
El fenómeno de hiperinflación venezolana se
posiciona como la quincuagésima séptima experiencia de ese tipo registrada por
la historiografía moderna. Los incidentes más sobresalientes hasta ahora han
sido los sucedidos en:
- Alemania en la década de 1920 del siglo XX,
con una tasa de hiperinflación de un billón por ciento (1.000.000.000.000%) en
1923, cuando un dólar americano llegó a cotizarse en dos billones de marcos
alemanes;
- Hungría en 1946, país que experimentó una
hiperinflación que se mantiene como el record hasta la actualidad, cuando ese
indicador alcanzó los 41,9 trillones por ciento
(41.900.000.000.000.000.000.000%);
- Zimbabue en 2008 -el caso notable más
reciente-, cuyo zenit de hiperinflación se situó en 7960 millones por ciento
(7.960.000.000%)[3].
Los casos de Alemania y Hungría estuvieron
mediados por conflictos de amplio espectro –que se entienden como proceso y
producto de las dos guerras mundiales del siglo XX-, mientras el caso de
Zimbabue responde a una particularidad enmarcada por los estragos del
colonialismo y el neocolonialismo en una economía dependiente y vulnerable.
En caso de Zimbabue es usado frecuentemente
como ejemplo de las hipótesis neoliberales, pues según esas versiones, la
hiperinflación de ese país se desató por la emisión desproporcionada de
circulante monetario para cubrir el déficit interno. Sin embargo estos análisis
resultan sesgados y reduccionistas porque desconocen –de manera intencionada-
una carga histórica de problemas y distorsiones que prefiguraron la emisión monetaria
referida, tales como la condición de colonia británica de ese país hasta 1980,
cuya independencia formal como Estado nacional determinó la imposición de una
deuda astronómica y de una economía atrasada y primaria (concentrada en una
élite ligada a los intereses ingleses), orientada a la exportación de
capitales. Además omiten el proceso de endeudamiento con el FMI –con su
respectivo paquete de medidas- asumido por el gobierno de ese país a finales de
los noventa, hasta su calificación de default. Las condiciones mencionadas
fueron el caldo de cultivo de la crisis que inició en 2001, cuando el gobierno
de Robert Mugabe decidió la confiscación por la fuerza de unidades productivas
agrícolas –medida que agravó la depresión de la economía de ese país porque
afectó la tasa de desempleo y precipitó mayores niveles de pobreza.
Por su parte, en América Latina los casos más
significativos de las últimas décadas, sucedieron en: Bolivia en 1985, con un
índice de 60.000%; Perú en 1990, con 7694%; Argentina y Brasil en ese mismo año
con 3079% y 2751% respectivamente. Otros países de la región que han
experimentado incidentes de hiperinflación son Nicaragua y Chile (enmarcados en
situaciones de conmoción política).
§ El caso venezolano
Las características de la economía venezolana
–una formación económico-social dependiente del ingreso petrolero, por ende
regida por el mercado y el sistema financiero mundial, cuyo mercado interno
está supeditado a las variaciones de ese ingreso para satisfacer sus
necesidades mediante el flujo de sus importaciones-, han determinado una
tendencia inflacionaria marcada y sostenida, por encima de dos dígitos desde la
década de los setenta, e incluso de los tres dígitos en los noventa del siglo
XX.
Por tal motivo, se puede afirmar que se trata
de un problema sistémico de nuestra economía, pero es preciso profundizar en la
materia porque a pesar de esa tendencia histórica, Venezuela no había
experimentado hasta ahora una crisis de hiperinflación.
§ Hiperinflación venezolana: hipótesis y corrientes
El fenómeno de hiperinflación venezolana ha
suscitado intensos debates para explicar sus causas. A continuación se
presentan las hipótesis más reconocidas para explicar el fenómeno.
- La posiciones neoliberales (cuyos voceros
principales son el diputado a la AN José Guerra y los analistas Luis Vicente
León y Asdrúbal Oliveros), arguyen que el fenómeno es producto de la
combinación de una crisis dada por dos errores sustantivos del gobierno: la
emisión de dinero circulante –la denominada masa monetaria- para satisfacer el
gasto público, así como una caída abrupta de la confianza en el marco normativo
y las instituciones que regentan la economía del país, especialmente por
políticas como las expropiaciones de modos de producción, el control de cambio
y la inseguridad para la inversión y el flujo de capitales.
- Analistas de izquierda proclives a las tesis
que ha postulado el gobierno hasta ahora (Pasqualina Curcio, Luis Salas, Juan
Carlos Valdez y Andrés Giussepe, entre otros), plantean que la inflación
venezolana es consecuencia de una devaluación inducida[4] por la presión de
agentes económico-financieros transnacionales dirigidos por los Estados Unidos,
por tanto, según sus postulados, la emisión de dinero no es una causa de la
inflación y la devaluación sino una consecuencia de las mismas[5]. Según esta
corriente, el control de cambio es fundamental para mantener la estabilidad
económica del país y contener una nueva oleada de fuga de capitales[6].
- Mientras tanto, una corriente heterogénea de analistas
de izquierda (con la cual nos identificamos en la presente reflexión), tales
como Rodrigo Cabezas, Jesús Faría, Oscar Forero y Manuel Sutherland, coinciden
en afirmar que la hiperinflación venezolana es un fenómeno multidimensional y
multifactorial, producido por una carga histórica de problemas económicos
estructurales y coyunturales, tales como: la dependencia al ingreso petrolero,
la sobrevaluación del tipo de cambio[7] y la fuga de capitales, la emisión
desproporcionada de circulante monetario, la crisis de endeudamiento y el
déficit fiscal, la caída abrupta del PIB desde hace 17 trimestres, las
distorsiones en las estructuras de costos de producción y distribución que
afectan el mercado interno, por mencionar las más significativas.
Desde el punto de vista de la presente
reflexión, la escalada de inflación desatada responde a fuerzas estructurales
que se configuraron a partir de la recesión económico-financiera global de
2007-2008 y sus implicaciones sobre la economía nacional (esa recesión determinó
algunos elementos que resultan sustantivos para comprender la depresión
económica que determinó la crisis de hiperinflación, los cuales fueron
alertados en su momento por Víctor Álvarez: la sobrevaluación del tipo de
cambio y su influencia negativa sobre la productividad nacional y la
consolidación de una lógica dependencia del mercado nacional en torno al flujo
de las importaciones; el endeudamiento vertiginoso; y la concentración de
esfuerzos de inversión-exploración en la faja petrolífera del Orinoco, ante la
sobreestimación de las tendencias de la dinámica del precio del petróleo.
En particular el anclaje cambiario –con
diferencial incluido en diversas tasas oficiales-, así como la depresión del
PIB y el aumento exorbitante de la liquidez monetaria, terminaron de configurar
las condiciones para el despliegue de la crisis de hiperinflación de la
actualidad, la cual reproduce múltiples –nefastas y severas- consecuencias para
la formación económico-social venezolana.
§ Perspectivas de los fenómenos de
hiperinflación
Los casos de hiperinflación registrados han
presentado una extensión temporal variable, la cual ha fluctuado entre los seis
(06) y los veinticuatro (24) meses, es decir, se trata de situaciones
coyunturales finitas en el tiempo. En situaciones particulares, como la de
Brasil, la economía alcanzó posteriormente crecimientos extraordinarios
–sustentados en una capacidad agroindustrial instalada de gran escala y un
mercado interno de enormes proporciones. No obstante, en otras ocasiones, las
lesiones de la hiperinflación no han sido superadas, como ha sucedido en los
casos de Zimbabue y Grecia.
Los fenómenos de hiperinflación desarrollados
en América Latina y el Caribe, de obligatoria referencia para Venezuela, fueron
estabilizados mediante políticas de shock de signo neoliberal –los denominados
paquetes o programas de ajuste estructural tan propugnados por los sectores
liberales del país-, los cuales frenaron la hiperinflación pero derivaron en
daños severos para las clases trabajadoras.
Sin embargo, otros casos han detenido la
tendencia de hiperinflación a través de fórmulas diversas:
Alemania por ejemplo, en 1923 retiró del
mercado su moneda nacional y mediante el Banco Central (El Reichsbank) ejecutó
la emisión y circulación de una nueva moneda -respaldada en su capital fijo:
tierras e industrias-;
Hungría recurrió a la emisión de una nueva
moneda enmarcada en un plan intensivo de planificación y centralización de su
economía, con lo cual pudo favorecer la producción nacional, corregir las
distorsiones del mercado interno y contener la fuga de capitales que precipitó
su proceso de hiperinflación;
Zimbabue, no aplicó ninguna política
estructural para enfrentar la hiperinflación (se limitó a llevar a cabo
continuas reconversiones monetarias con cambios nominales en el signo, con los
cuales alcanzaron a utilizar un billete de cien billones de dólares de
Zimbabue; y posteriormente se eliminó el signo monetario nacional y en ese país
circula el dólar americano y otras monedas de la región, tales como el Rand sudafricano),
hasta que la inercia produjo la llegada a una especie de punto mínimo o rebote
que derivó en una deflación.
Perspectivas concretas para Venezuela
Desde las corrientes neoliberales
internacionales se plantea como receta única la desaparición de la moneda
nacional –con lo cual se reitera la visión monetarista del problema-, la moneda
nacional sería sustituida por el dólar americano (esa es la recomendación
explícita del citado experto Steve Hanke, quien sugirió y dirigió una política
de ese tipo en Ecuador y Bulgaria).
Por su parte los neoliberales venezolanos
referidos en el apartado anterior, afirman que la única, instantánea e
infalible solución es un ajuste estructural: Según estas posiciones, se
requiere de un plan de estabilización económica que consiste en una
liberalización total de la economía en los ámbitos monetario y de inversiones,
la privatización de activos públicos, el congelamiento de los salarios, la
reducción al mínimo del gasto público –denominada de manera eufemística disciplina
fiscal-, así como una política de incentivos fiscales para el capital (la
terapia de shock utilizada por Pinochet en Chile y por Fujimori en Perú).
Desde el espectro del chavismo, las soluciones
planteadas son diversas y en ocasiones expresan notables contradicciones en
temas sustantivos como el control de cambio (mantenerlo, flexibilizarlo o
eliminarlo), las políticas monetarias, las estrategias para la promoción de
inversión extranjera, el pago de la deuda internacional (el dilema entre
cancelar los compromisos para no perder más confianza o llevar a cabo una
moratoria de pagos con una auditoria integral de la deuda), los mecanismos para
la determinación de baremos de precios, salarios y ganancias, entre otras
variables.
Lo cierto del caso es que en Venezuela no se
han asumido medidas correctivas de signo estructural, ni en los términos de las
tendencias planteadas, ni en términos de políticas innovadoras. Por el
contrario, hasta ahora la política económica se había caracterizado por
mantener una acción inerte y de omisión ante la hiperinflación –muy similar a
la implementada en Zimbabue-. Tal situación se agravó con la imposición de
sanciones financieras impuestas por el gobierno de Estados Unidos en agosto de
2017 (que es una continuidad de una tendencia de presión y hostilidad -dirigida
por Washington- contra la economía venezolana, la cual fue instaurada desde la
llegada de Hugo Chávez al gobierno en 1999).
La combinación de múltiples variables en el
sistema financiero y el mercado internacional (especialmente el de los
hidrocarburos), las hostilidades de origen internacional y la inercia
mencionada, han desencadenado en una descapitalización del país, cuyos
indicadores más notables son la megadevaluación de la moneda nacional, la fuga
de capitales astronómica, el estancamiento de la producción nacional (con un
despilfarro escandaloso de fuerzas productivas y de potenciales de renta), así
como el aniquilamiento del valor de la fuerza de trabajo y con ello de las
capacidades de satisfacción de necesidades básicas de las clases asalariadas.
A partir de las medidas anunciadas de manera
superficial el pasado 26 de julio, se puede afirmar que el gobierno de
Venezuela ha asumido la intervención de la situación actual a través de una
nueva política económica. Todo parece indicar que el modelo formulado tiene
afinidades de forma y contenido con la política de Alemania en 1923 (emisión de
una nueva moneda: anclada y respaldada en commodities transables en el mercado
de valores[8]), acompañada de una maniobra de certificación de reservas en oro
(en convenio con Turquía), esto último con la intención de proyectar confianza
y ofrecer garantías para obtener nuevas fuentes de financiamiento.
La política esbozada por el presidente Nicolás
Maduro el referido 26 de julio, tiende a demostrar audacia táctica, pero además
de estar condicionada por la capacidad de valorización del Petro en el mercado
internacional (tema de gran complejidad a menos que se concrete con éxito una
necesaria acción diplomática que permita anular las sanciones impuestas por el
gobierno de los EE.UU.), resulta insuficiente para enfrentar de manera integral
la crisis[9], si no se implementan enérgicas medidas de carácter estructural,
tales como:
- El diseño de una Estrategia para la
recuperación de la industria petrolera nacional: la fuente fundamental de
divisas: más allá de la retórica ingenua de superación del modelo rentista
petrolero; y la proyección en el mediano plazo de un reimpulso de la industria
petroquímica.
- Una política de emergencia para la
coordinación de planes y acciones orientados hacia la reactivación de las
fuerzas productivas en los ámbitos industrial y agrícola, así como a las
capacidades logísticas y tecnológicas para la distribución de bienes y servicios.
- La recuperación de los servicios públicos
fundamentales (agua potable, energía eléctrica, telecomunicaciones, saneamiento
ambiental), los cuales son vitales para el desarrollo de las fuerzas
productivas industriales y agroindustriales, para el funcionamiento del tejido
institucional, y para la satisfacción de necesidades esenciales de la
población.
- Una política macroeconómica multidimensional
para el fortalecimiento de las reservas internacionales.
- Una moratoria de pagos y una auditoría de la
deuda internacional –que incluye una evaluación exhaustiva de los denominados
bonos soberanos- y de las condiciones de pago del servicio de deuda.
- Una reforma fiscal drástica que revierta la
tendencia regresiva del actual régimen tributario.
- El diseño de una estrategia para contener la
fuga de capitales –el control de cambio ha demostrado que no controla y no
cambia-, así como una auditoría de los capitales exportados durante los últimos
años (como primera medida para estimar la factibilidad de repatriación de los
mismos).
- Un plan rector de las inversiones
internacionales sin menoscabo de los intereses estratégicos de la República.
- Una política de inversión de los ingresos en
divisas –los cuales se deben recuperar de manera paulatina-, en áreas
prioritarias de la economía nacional, así como en la satisfacción de
necesidades básicas de la población, primordialmente de alimentación, salud y
servicios públicos.
- Una política de amplio espectro para mitigar
las distorsiones del mercado nacional –dadas por las asimetrías y la
inviabilidad de estimar estructuras de costos en la producción, distribución y
comercialización de bienes y servicios-.
- Por último y no por ello menos importante, de
crear y materializar una política para recuperar el poder adquisitivo de la
clase asalariada, lo cual estimularía el mercado interno y potenciaría de
manera objetiva y subjetiva un factor esencial para la capitalización: la
fuerza de trabajo.
A manera de conclusión:
Los fenómenos de hiperinflación expresan problemas
orgánicos de las formaciones económico-sociales, es decir, no se reducen a las
dimensiones monetaria y fiscal (como pretenden hacer ver los neoliberales),
sino que responden a distorsiones estructurales de las economías de los Estados
nacionales en su relación con el sistema-mundo.
El análisis documental realizado permite
establecer que Venezuela entró en una crisis de hiperinflación desde noviembre
de 2017. Por tanto, hasta ahora ha transitado nueve meses en tal condición.
La hiperinflación es finita en el tiempo y
existe una tendencia a alcanzar un punto mínimo que deriva en un rebote[10] de
la misma (incluso sin intervenciones del Estado, tal y como sucedió en
Zimbabue), y las fórmulas para superar la misma han demostrado ser diversas a
lo largo de la historia. Lo más importante para determinar el método, es
definir cuál es el objetivo estratégico, cuáles son los intereses que median y
quiénes son los sujetos que deben ser el centro del plan de estabilización.
Las medidas anunciadas recientemente por el
gobierno de Venezuela, parecen audaces y son un buen signo (de ruptura con la
inercia), pero resultan insuficientes porque –desde otro enfoque- caen en el
mismo error que las tesis liberales: el reduccionismo de creer que el problema
de la hiperinflación se soluciona únicamente a través de la variable monetaria.
Se requiere de un programa integral de
recuperación económica, con objetivos estratégicos y tácticos, procedimientos
claros, plazos, metas y responsables explícitos, para detener la
hiperinflación, así como sus nefastas repercusiones, y primordialmente para
corregir los factores estructurales y coyunturales que le determinaron, de
manera de lograr la estabilización y el reimpulso de la economía venezolana sobre
la base del desarrollo de sus fuerzas productivas.
[1] Investigador del Centro Internacional
Miranda
[2] El economista norteamericano afirmó que el
interés del FMI radica en lograr titulares de prensa, y fustigó los cálculos de
inflación errados de ese organismo para 2017, en cuyos informes se publicaron
estimaciones que ubicaban la inflación de ese año en 2200%.
[3] El caso de Zimbabue es usado frecuentemente
como ejemplo de las hipótesis neoliberales, pues según esas versiones, la
hiperinflación de ese país se desencadenó ante la emisión desproporcionada de
circulante monetario para cubrir el déficit interno. Sin embargo estos análisis
resultan sesgados y reduccionistas porque desconocen –de manera intencionada-
una carga histórica de problemas y distorsiones que prefiguraron la emisión
monetaria referida, tales como la condición de colonia británica de ese país
hasta 1980, cuya independencia formal como Estado nacional determinó la
imposición de una deuda astronómica y de una economía atrasada y primaria
(concentrada en una élite ligada a los intereses ingleses), orientada a la
exportación de capitales. Además omiten el proceso de endeudamiento con el FMI
–con su respectivo paquete de medidas- asumido por el gobierno de ese país a
finales de los noventa, hasta su calificación de default. Las condiciones
mencionadas fueron el caldo de cultivo de la crisis que inició en 2001, cuando
el gobierno de Robert Mugabe decidió la confiscación por la fuerza de unidades
productivas agrícolas –medida que agravó la depresión de la economía de ese
país porque afectó la tasa de desempleo y precipitó mayores niveles de pobreza.
[4] Tales análisis cuestionan el monetarismo de
los neoliberales, pero desconocen el impacto negativo severo que tiene esa
emisión de dinero sobre la economía nacional.
[5] Un análisis de tendencias en una línea de
tiempo le otorga validez a esta hipótesis, pero la negación de los efectos
nocivos de esa emisión de circulante resulta inexplicable, pues es evidente que
ese nuevo flujo monetario produce un ciclo que es directamente proporcional con
los indicadores de inflación y devaluación.
[6] Recientemente el diputado a la ANC Jesús
Faría hizo públicas sus consideraciones respecto al carácter inviable y fútil
del control de cambio en las condiciones actuales.
[7] Con el agravante de que desde 2014 se
implementaron varias tasas oficiales de cambio con diferenciales abismales.
[8] Predecir el éxito o fracaso de esa medida
es temerario, porque las condiciones del mercado mundial y del sistema
financiero internacional son muy distintas, y porque Alemania ya había
transitado por un proceso de industrialización que le permitió el desarrollo de
fuerzas productivas y de tecnologías propias.
[9] La hiperinflación es apenas uno de los
síntomas (el más violento y explícito) de una crisis multidimensional.
[10] Algunos investigadores de diverso signo
ideológico, pronostican que ese rebote debe darse en el primer semestre de
2019.