Si hay un país Latinoamericano que
conozca de cerca lo que es petróleo, falso desarrollo y extractivismo es
Venezuela. Desde 1922 con la concesión dada a la Royal Dutch-Shell, sobre el
pozo Barroso II y hasta el día de hoy, la República Bolivariana de Venezuela ha
padecido los avatares de poseer una inmensa riqueza bajo el subsuelo que ha
estado lejos de materializarse en beneficios reales para la población más
desfavorecida y que bien pudo haber servido de inspiración para que Gabriel
García Marquez y su realismo mágico hicieran una extensa novela.
Los números de la historia petrolera
venezolana son más que asombrosos, a la fecha se han extraído, por lo menos, 63
mil millones de barriles de crudo, equivalentes a 3,8 billones de dólares a
precios actuales, a su vez aún queda por extraer la astronómica cifra de
297.500 millones de barriles certificados. No obstante los números podrían ir
más allá, de acuerdo al Servicio Geológico de los Estados Unidos, Venezuela
posee en realidad 513.000 millones de barriles extraíbles, mientras que
estimaciones propias de Petróleos de Venezuela (PDVSA) sitúan el total de crudo
depositado bajo el subsuelo en 1,3 billones, suficientes para abastecer al
planeta entero por 37 años de forma ininterrumpida.
Tomando en cuenta sólo las reservas
plenamente certificadas, Venezuela se convierte en el primer depósito de crudo
del planeta, estados como Anzoateguí de poco más de 40 mil kilómetros
cuadrados, poseen tres veces más petróleo que todos los demás países de Latinoamérica
juntos, a su vez cuencas como la del Lago de Maracaibo superan por más de diez
las reservas petroleras de Colombia.
Esto da pie para que en el imaginario
general se haya formado la falsa idea del desarrollo a través de la explotación
petrolera, lo que ha conducido desde finales de la década de los 30 del siglo
pasado, a la instauración del Petro Estado como estructura política y económica
que mueve, pero también vuelve estéril cualquier iniciativa que no vaya en
torno a éste. Es importante destacar que la figura del Petro Estado no nació de
manera natural, sino que fue impuesta por factores hegemónicos mundiales que,
por medio de lo que se conoce como la división internacional del trabajo,
dieron a cada uno de los países suplidores de materia prima un papel por jugar
dentro del entramado capitalista mundial, así Colombia se especializó en
producir café, Centroamérica frutas y Venezuela petróleo, por sólo poner un par
de ejemplos.
Políticos, empresarios y medios de
comunicación repiten al unísono y generación tras generación una frase
atribuida a Arturo Uslar Pietri hace más de 80 años, la cual llama a “sembrar
el petróleo”, es decir a invertir los ingresos de la renta petrolera en
desarrollo y diversificación económica. Contrario a lo que se piensa, la
dependencia petrolera ha dejado más distorsiones que beneficios, a su vez
genera inequidad, parasitismo industrial, paternalismo, daños ecológicos
irreversibles y mucha corrupción.
El ascenso en el precio internacional
del barril de crudo avizora el nacimiento de una nueva etapa de derroche con
divisas por doquier, pero también el advenimiento de una posterior etapa de
escasez, endeudamiento y crisis como la que se vive en estos momentos. Se
presenta entonces un reflujo de divisas, que se mezcla con distorsiones y que
genera lo que se conoce como la infaltable “enfermedad
holandesa”.
Desde la guerra árabe-israelí de Yon Kippur
en 1973, el PIB venezolano se ha comportado de manera muy semejante al precio
del petróleo, si éste asciende el PIB se expande, si éste decrece, el PIB
retrocede. Debido a esta dependencia, cerca del 92% de las divisas que produce
el país las origina la exportación petrolera, y tan sólo el 2%, es decir poco
menos de 2 mil millones de dólares, las produce el sector privado, mientras que
al momento de hacer uso de las divisas, el sector privado consume hasta 40 mil
millones de dólares en un sólo año. Ello ha dado pie para que una clase
elitesca, con la anuencia de altos funcionarios públicos, prefiera mantener la
economía de puertos que producir.
La inmensa cantidad de dólares que ingresan
a la economía, aún con los precios del petróleo bajos, encandila a la totalidad
de la sociedad y da pie para que se ignore por completo el llamado pasivo ambiental.
Esto ha llevado a que el Lago de Maracaibo sea considerado una inmensa cloaca,
producto de infinidad de derrames petroleros ocurridos tanto en territorio
venezolano como en territorio colombiano, siendo importante acotar que buena
parte del oleoducto Caño Limón-Coveñas circula por la cuenca del Lago. Más
recientemente, y a pesar de algunos avances en materia ambiental tales como la
Constitución Bolivariana o la Ley de Aguas, el ejecutivo nacional se ha puesto
como meta la explotación de la Faja Petrolífera del Orinoco, espacio geográfico
que contiene el 90% del total de reservas de crudo del país y que se
caracteriza por ser del tipo extrapesado altamente viscoso. De llevarse a cabo
este proceso de explotación tal como está planteado, el río Orinoco, el quinto
más largo del mundo y el segundo en cuanto a volumen de agua, estaría
gravemente afectado, pues producir un barril de petróleo implicaría el uso de
entre 460 y 700 litros de agua, un verdadero ecocidio si tomamos en cuenta que
la meta para 2019 era la producción de 4 millones de barriles/día.
Los procesos extractivistas en general
afectan de manera especial a las poblaciones más vulnerables que no figuran
para las estadísticas del desarrollo centro periférico. La contaminación de las
aguas, la desaparición de los bosques y su inmensa riqueza en flora y fauna, la
desertificación de los suelos, el amenazante cambio climático y la aparición de
posteriores enfermedades castigan con especial inclemencia a los pobres de Latinoamérica
y de los llamados “países en vías de desarrollo”. La respuesta que
ofrece el capital es cada vez más depredadora y violenta, el capitalismo
tradicional que conocíamos, hasta hace unos años, de explotación de recursos
con la anuencia de los gobiernos de turno se ha venido transformando, de
acuerdo a los más recientes conflictos bélicos, en capitalismo por despojo.
Venezuela no escapa de la codicia del
capital, la constante preocupación que manifiestan los Estados Unidos y la
Unión Europea por lo que ocurre en el país es, en realidad, la necesidad del
capitalismo corporativo de apropiarse, por la vía del despojo, de las inmensas
riquezas de petróleo, oro, diamantes, coltán, gas y torio que por cosas de la
providencia posee la República Bolivariana. Dichas reservas, valoradas en más de 58 billones de dólares,
garantizaría la supremacía militar, económica y tecnológica de los Estados
Unidos, frente el amenazante ascenso de potencias como China, India y Rusia.
Oscar
Javier Forero
Economista
(*) Artículo publicado originalmente para la edición Nº 138 de "Periferia Comunicación Alternativa". Mayo de 2018. Medellín, Colombia.
muy buen articulo compañero sigue en esa lucha por informar al pueblo. gracias.
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