Por: RT/Nazareth Balbas
La queja es común entre empresarios y comerciantes que en los últimos
meses han visto mermar sus nóminas de empleados por sucesivas
renuncias: "Es que ya nadie quiere trabajar si recibe, desde afuera, 50
dólares al mes", confiesa.
Estamos en Venezuela, un país que desde
hace cuatro años vive una profunda recesión económica provocada por
varios factores: la fuerte caída y lenta recuperación de los precios del
petróleo, su principal producto de exportación y casi exclusiva fuente
de divisas; el sabotaje a la economía mediante la "guerra económica" de
factores empresariales, según el gobierno; y, más recientemente, las
severas sanciones unilaterales impuestas por EE.UU., que han contribuido
a una suerte de 'bloqueo de facto' en el mercado financiero
internacional.
La coyuntura, que se ha agravado con el paso de los
últimos meses e incluso días, tiene sus características propias y
fenómenos que se mueven con la misma rapidez del metabolismo económico.
Uno de ellos es relativamente nuevo para el país: el envío de remesas de
dinero, desde el exterior, a personas particulares. Aunque a simple
vista parezca un respiro para quienes las reciben, han empezado a abrir una grieta feroz que promete prolongarse por las distorsiones del mercado paralelo.
Las vacas flacas
En Venezuela rige un control cambiario
desde 2003, promovido por el entonces presidente Hugo Chávez, con el
objetivo de impedir la fuga de capitales que empezó a presentarse en el
país después del golpe de Estado y sabotaje a la industria petrolera
(2002-2003), durante los primeros años de su mandato.
El
gobierno trató de ponerle freno a la salida de divisas mediante
mecanismos que permitieran controlar quiénes tenían acceso a dólares
preferenciales para la importación de bienes, materias primas, viajes al
exterior y hasta remesas a venezolanos residenciados en otros países.
Con un barril de petróleo que iba en escalada desde los 23 dólares
(abril, 2003) hasta alcanzar un pico de 139 dólares justo antes de la
crisis económica mundial en 2008, la renta se repartió a manos llenas.
El fenómeno se mantuvo después de la crisis y continuó pese a la poco
espectacular recuperación de los precios del petróleo, hasta que el
monto asignado para remesas al exterior comenzó a ser un pesado fardo:
"Ahorita está autorizado hasta 900 dólares por persona. Es mucho y ese
concepto ha venido aumentando", se quejaba en 2014 el entonces ministro de Economía, Rafael Ramírez.
Por
vía de esas remesas, de Venezuela salían más de 1.000 millones de
dólares anuales, un monto que se incrementó hasta alcanzar los
1.117 millones de dólares en 2013, según
cifras del Banco Mundial (BM); buena parte de ese dinero, además, se
fugaba mediante irregularidades. Colombia era uno de los principales
destinos de esas divisas, tal como lo revela un informe de 2007 realizado por el Banco de la República.
En
2014, sin embargo, la crisis económica generada por la caída de los
precios del petróleo dinamitó la capacidad financiera de Venezuela y el
chorro de dólares empezó a cerrarse, al punto de que en la actualidad,
el país suramericano se ha vuelto un receptor de remesas personales. El
detalle incómodo es que ese fenómeno tiene poca o mínima incidencia en las cuentas nacionales. ¿Por qué?
Dólares 'bajo cuerda'
Aunque
algunos titulares de la prensa venezolana señalen que gran parte de las
familias asentadas en el país reciben algún tipo de remesa desde el
exterior, lo cierto es que no hay estadísticas oficiales que respalden
esa afirmación. Una fuente ligada al Banco Central de Venezuela (BCV)
explicó que "hay poca información" porque "el sistema bancario reporta
poco o nada al respecto" y "la supervisión es escasa".
El
año pasado, un grupo de universidades venezolanas hizo una Encuesta de
Condiciones de Vida (Enconvi, 2017) para tratar de caracterizar a la
migración y su impacto en la economía nacional. Según ese estudio, más de 10 % de la población ha emigrado, es decir, unos tres millones de personas.
Sin embargo, si se compara con las estadísticas de la ONU al cierre del año pasado, la cifra es exagerada. De acuerdo a las mediciones
de esa organización, un total de 1.025.009 personas salieron de
Venezuela para establecerse en otros países, lo que representa 3,4 % de
la población. Lo llamativo es que buena parte de quienes deciden emigrar
están en edad productiva y cuentan "con un perfil relativamente
calificado", porque al menos la mitad de ellos ha culminado sus estudios
universitarios.
De ese porcentaje, se estima que buena parte envía remesas a sus familiares en Venezuela. En mayo del año pasado, el diario Panorama
refería que el envío de dinero desde el exterior se había disparado en
40 %; pero a diferencia de países como Honduras o Colombia (que
contabilizan ese ingreso a las cuentas nacionales), los montos que
llegan a la nación suramericana pasan por canales al margen de la
legalidad y alimentan el voraz metabolismo del dólar paralelo.
¿En qué consiste?
Las estadísticas disponible solo cubren hasta 2016. Según el Banco Mundial,
en ese año ingresaron a Venezuela 279 millones de dólares por concepto
de remesas. Esa tendencia había empezado a ponerse en alza en 2012, año
en que la enfermedad del presidente Hugo Chávez comenzó a agravarse y
las posibilidades de su recuperación física se evidenciaron escasas.
Para
el economista Óscar Forero, si bien el envío de remesas es rentable en
países donde la moneda local está depreciada con respecto al dólar, en
Venezuela hay dos factores que impiden que esos recursos sean inyectados
a su economía: la 'triangulación' a través de Colombia y el dólar
ilegal.
El tipo de cambio oficial -conocido como tasa Dicom- está
nueve veces por debajo de la cotización ilegal de la divisa
norteamericana. Esta distorsión es alentada por casas de cambio ubicadas
en Cúcuta, Colombia.
Forero explica que muchos venezolanos cruzan la frontera para recibir
las remesas de sus familiares en territorio colombiano y reingresar al
país con dólares, que luego vuelven a transar en el lucrativo mercado
paralelo. ¿El resultado? Un alivio económico para muchas familias
golpeadas por la crisis y un empuje directo a la hiperinflación, el
negocio de los ilícitos cambiarios y la improductividad.
El
economista destaca que el dato más revelador de esa realidad es que en
el Norte de Santander (la región fronteriza con Venezuela de mayor
movimiento humano y comercial) la recepción de remesas provenientes de
España y EE.UU. se disparó en 86 % en apenas un año, al pasar de 68,7
millones de dólares en 2016 a 127,8 millones en 2017, tal como
constata el diario La Opinión:
"Buena parte de ese ingreso se debe a los venezolanos que reciben sus
remesas allá para luego reingresar a Venezuela, en eso consiste el
proceso de triangulación".
Para no tener que movilizarse hasta la
frontera, muchos venezolanos que reciben remesas recurren a otro
mecanismo: contactan en San Cristóbal o Cúcuta (ciudades situadas a uno y
oro lado de la frontera común) a personas o establecimientos
comerciales que disponen de cuentas bancarias en dólares, a quienes les
depositan las divisas para que estos, a su vez, giren pagos en bolívares
al destinatario final, a una tasa mutuamente acordada y cercana a la
cotización ilegal.
Empleos y productividad
Uno de los
aspectos más preocupantes de esta dinámica, expone Forero, es que puede
influir de manera negativa en el Producto Interno Bruto (PIB) del país,
"mucho más de lo que se ha estimado".
"Hay que tomar en cuenta,
por ejemplo, la deserción laboral", acota. El salario mínimo de un
venezolano, según el más reciente incremento, equivale a unos 35 dólares
a tasa Dicom y a unos 6 dólares si se cotiza al mercado paralelo:
"Mucha gente prefiere quedarse en su casa esperando 30 dólares de un
familiar, porque los puede cambiar a la tasa ilegal, en vez de salir
todos los días a una oficina donde tiene que hacer gastos de pasajes,
comer mal y andar con el estrés propio de la cotidianidad, por una
remuneración que no cubre sus necesidades".
Este ingreso también
contribuye a la ya elevada inflación, dado que las familias que tienen
algún acceso a dólares pueden comprar productos que son prohibitivos
para una gran parte de la población, y los precios de estos empiezan a
elevarse. Esas distorsiones, apunta Forero, no sólo hacen más difícil un
proceso de recuperación económica, sino que han contribuido al "cierre
técnico" de empresas e instituciones por falta de personal.
¿Qué hacer?
A
principios de este año, el presidente Maduro anunció la apertura del
sistema Dicom para captar las remesas provenientes del exterior. Sin
embargo, la tasa ofrecida por el Estado a los potenciales interesados
sigue estando muy por debajo de la oferta ilegal.
"Eso no se decreta, se construye. Deben ofrecerse facilidades para
que sea más atractivo para alguien enviar dinero por vía regular que por
el mercado paralelo", afirma Forero, quien considera que esa política
debe aplicarse con celeridad para frenar las operaciones ilegales en
Cúcuta, "que solo le generan utilidades al Estado colombiano, con
recursos que deberían llegar directamente a Venezuela".
Su
propuesta implica varias medidas: ajustar el valor del dólar a una tasa
de entre 80.000 y 100.000 bolívares (algo más de 50 % por debajo del
precio de la actual tasa ilegal); brindar incentivos fiscales a quienes
utilicen el sistema legal, como reducciones del Impuesto Sobre la Renta
(ISRL) o facilidades de crédito en la banca pública; y dar seguimiento y
sanciones a quienes transen sus remesas en el mercado ilícito.
"Mientras
no se apliquen políticas cambiarias eficientes, las brechas van a
seguir en alza", apunta Forero. Y la grieta, que por ahora es
incipiente, podría convertirse en una fisura irreparable para la ya
comprometida economía venezolana.
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