Por: RENAN VEGA CANTOR
“Fácil es ser revolucionarios en tiempos fáciles. Lo que no resulta fácil, es ser revolucionarios en tiempos difíciles”.
Fidel Castro
Era
el primero de enero de 1994 y la Habana y toda Cuba parecía caerse a
pedazos, en pleno Período Especial, como resultado del impacto directo
que la desaparición de la Unión Soviética y el llamado bloque socialista
de Europa oriental había tenido sobre el comercio y la economía
cubanas. Yo había llegado hacia ocho días a la isla por primera vez y
pude contemplar en forma directa las carencias, la falta de alimentos
(se generalizó el arroz con frijol como comida cotidiana), las tiendas
oficiales estaban completamente vacías como si el país estuviera en
guerra (y en realidad soportaba un tipo especial de guerra de baja
intensidad, presionada por los Estados Unidos, para que Cuba se plegara
ante el imperio y la gusanera de Miami). No había transporte, por falta de petróleo, y empezó a utilizarse en forma masiva la bicicleta.
Los
pocos carros y motos Urales (por su procedencia soviética) que
circulaban por las calles de La Habana iban siempre atestados y gran
parte de gente se desplazaba a pie y de esa forma recorría grandes
trayectos. Las cosas no iban mejor en el interior del país, como lo pude
constatar en un viaje que hice a la ciudad de Santa Clara, para
participar en un Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana. En
el recorrido de 250 kilómetros parecía que transitáramos por un
desierto, puesto que en el trayecto nos encontramos con uno o dos carros
nada más.
La
situación se notaba más crítica al recorrer las calles de La Habana
Vieja, con gran parte de sus construcciones a punto de irse al suelo y
la gente deambulando todo el día en busca de algo que pudiera aliviar su
dura existencia. Además, se racionaba la luz eléctrica durante varias
horas por día, puesto que era necesario ahorrar hasta la última gota de
petróleo.
A
pesar de esas carencias, me llamo poderosamente la atención que hombres
y mujeres utilizaran la palabra compañero o compañera para hablar con
los demás. Un vocablo que hoy, más de veinte años después, casi ha
desaparecido en el lenguaje que se usa en la isla, como resultado del
impacto avasallador del turismo. Hoy ya no se dice compañero sino señor,
como muestra de un gran cambio simbólico en la vida cotidiana de la
gente.
También
me impactó positivamente que las escuelas siguieran funcionando y que
los niños llevaran sus uniformes limpios y no se viera ni un solo niño
mendigando en las calles y que los cines proyectaran películas y
estuvieran siempre concurridos y se presentaran producciones como ‘Fresa
y Chocolate’, que se estrenó por esos días y que tuve la oportunidad
de ver en el cine Yara de la Habana.
En
el exterior no se daba un peso por la continuidad de la Revolución y
los “cubanologos” -esa insoportable ralea de “especialistas” sobre Cuba
y Fidel, generalmente de derecha y de extrema derecha- no dudaban en
su caída, lo que discutían era cuánto tiempo iba a durar. Algunos
decían -al comenzar 1994- que no llegaba al final de ese año…
En
apariencia tenían la razón, si se consideraba la situación
internacional (con el triunfo de la derecha y la contrarrevolución a
nivel mundial), en la que se destacaba la desaparición de la URSS, y
más cerca la derrota de los sandinistas en Nicaragua, así como la
entrada en vigor del Tratado del Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN), que empezó a funcionar en forma oficial, precisamente, el
primero de enero de 1994. En el plano internacional lo que se imponía
era el neoliberalismo puro y duro, adoptado por los nuevos países que
se desprendieron de la antigua URSS y en Europa oriental, estando a
la orden del día la apertura incondicional de los países a la dominación
imperialista, camuflada ahora con el nombre de ‘globalización’. Esto
en América Latina quería decir ALCA (Alianza de Libre Comercio de las
Américas) un proyecto de vocación expansionista para el continente
americano que Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos, anunció
en enero de 1994, en el que se convocó a todos los países del
continente, con la única excepción de Cuba.
A
este panorama internacional, absolutamente desfavorable para Cuba, se
sumaba su crítica situación interna, que se palpaba a flor de piel. No
podía ser de otra forma, ya que el comercio cubano cayó de 8.200
millones de dólares a fines de la década de 1980, a 2.200 tras la
disolución de la URSS, y en 1993, cuando hasta ahora empezaba a
impulsarse el turismo, éste representaba un magro ingreso anual de 250
millones de dólares. Ese primero de enero de 1994, cuando se cumplían
los 35 años de la Revolución Cubana el ambiente era de desesperanza, de
temor, de incertidumbre entre los habitantes de Cuba.
Ese
día en un apartamento en La Habana del Este, donde me alojaba, en
horas de la noche prendí el televisor, justo en el momento en que en la
ciudad de Santiago se realizaba un acto conmemorativo y en el que
hablaba Fidel Castro. Puse atención al discurso y quedé impactado por
su contenido, pero especialmente por una afirmación que desde entonces
me retumba en la cabeza, cuando con convicción, el líder de la
Revolución Cubana afirmó: “Fácil
es ser revolucionarios en tiempos fáciles. Lo que no resulta fácil es
ser revolucionarios en tiempos difíciles. Los que aquí nos reunimos
somos revolucionarios de tiempos difíciles”...
Esta
afirmación resume muy bien el carácter de Fidel Castro Ruz: un
revolucionario a carta cabal, un revolucionario de tiempos difíciles. Y
que más tiempos difíciles que los que a él le tocó vivir y sortear
desde la década de 1950, cuando dirigió un proceso auténtico y
original, que rompió con el capitalismo y el imperialismo, y
planteó un modelo socialista para un país de América Latina.
Tiempos
difíciles como los que afrontó en medio de un criminal y cincuentenario
bloqueo económico, político y cultural por parte de la primera potencia
mundial y se sigue manifestando en la actualidad. Tiempos difíciles
como los planteados por la Perestroika en la Unión Soviética de
Gorbachov, cuando Fidel avizoró que de allí no iba a salir nada bueno y
se negó a secundar esa política suicida. Tiempos difíciles como los del
Periodo Especial, en donde Cuba, sola y aislada, sin recursos
energéticos, soportó el primer caso de Pico de Petróleo registrado en el
siglo XX, y ese pequeño país, en medio de terribles dificultades,
logró sobrevivir. Tiempos difíciles en que cayeron sucesivamente los
diversos estados autodenominados socialistas, y gran parte de sus
antiguos dirigentes (como los de la nomenclatura soviética) se pasaron,
con más pena que gloria, al bando de los capitalistas y
neoliberales. Tiempos difíciles en los que, después de 1989,
intelectuales conversos y políticos pragmáticos, pedían que Cuba
abandonara su idea de independencia y dignidad, y se plegara en forma
incondicional a los designios del imperialismo y del capitalismo, y
Fidel no abjuró de sus convicciones y se mantuvo en ellas hasta su
muerte física.
Para
ser revolucionario de tiempos difíciles se requiere coraje, convicción,
dignidad, enfrentar los retos aunque se pueda perder, no claudicar ante
el primer obstáculo, no plegarse a las corrientes dominantes y no
renunciar al antiimperialismo y al anticapitalismo. Eso lo hizo Fidel,
al tiempo que se convirtió en la voz actualizada de los viejos y nuevos
problemas que genera el capitalismo.
Al
respecto se recuerdan sus palabras en la Cumbre de Rio de Janeiro, en
1992, cuando en medio de la tecnocracia ambiental y el “capitalismo
verde”, fue el único que planteó
sin tapujos la responsabilidad del capitalismo en la destrucción
ambiental, y en hundir en la pobreza a los países del Tercer Mundo. Son
también notables sus apreciaciones sobre la crisis civilizatoria que ha
generado el capitalismo, y los peligros que eso entraña para el
futuro de la humanidad, así como sus denuncias sobre el carácter
destructivo del armamento moderno, impulsado por países imperialistas y
sus empresas multinacionales.
Fidel
Castro siguió siendo revolucionario, aunque en el mundo entero gran
parte de los que alguna vez se declararon revolucionarios (“los
revolucionarios de tiempos fáciles”) lo hayan dejado de ser, por
plegarse al capitalismo y disfrutar de algunas de sus migajas.
Mantuvo su dignidad hasta el final, sin renunciar a la independencia y a
la soberanía, con los costos que eso supone. Por esto mismo, luego de
su muerte física, gran parte de esos conversos (como Mario Vargas
Llosa) no han ocultado su antipatía por un personaje que no abjuró de
sus convicciones ni se plegó ante el imperialismo.
En
el fondo les duele que puedan seguir existiendo este tipo de
revolucionarios, de tiempos difíciles, que nadan contra la corriente,
y que son ejemplo de una ética insobornable y de una honradez sin
mácula, como lo dijo el mismo Fidel en ese discurso del primero de
enero de 1994: “Los
hombres de la Revolución podrían cometer errores, pero los hombres de
la Revolución jamás traicionarían sus principios, los hombres de la
Revolución serían honrados, los hombres de la Revolución jamás
abandonarían las ideas por las cuales tanto había luchado nuestra
generación y las generaciones que nos precedieron”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario